XII (5)
¡Oh múltiple y contraria! ¡Oh mar plenaria de la alianza y del acuerdo a media; tú, la
medida y la desmesura; tú la violencia y la
mansedumbre; la pureza en la impureza y en la obscenidad; anárquico y legal, lícito y cómplice, demencia! ¿Y qué y qué más todavía, imprevisible?
Lo incorpóreo es sumamente real, imprescindible; lo irrecusable y lo innegable y lo imposible de apropiarse; inhabitable, frecuentable inmemorial y memorable -¿y qué más todavía, incalificable?
lo inembargable y lo que no debe cederse; lo irreprochable y lo que no puede censurarse; y esta que mostramos aquí: mar inocente del solsticio, ¡oh mar como el vino de los reyes!
Ah, aquella eterna que estaba aquí y que para siempre estará allá, honrada de la ribera y de su reverencia: conciliada y mediadora, fundadora de nuestras leyes -mar de mecenas y del mendigo, del emisario y del mercador. Y aquella, aún, de la que se sabe que asiste a nuestros tribunales, sentada entre nuestros sacerdotes y nuestros jueces que pronuncian su sentencia en dísticos. Y aquella aún a la que interrogan los que establecen las ligas marítimas, los grandes confederadores de pueblos pacíficos y los conductores de jóvenes hacia sus esposas de otras playas.
La misma a la que ven entre sueños los presos por deudas en las fronteras; y los escultores de insignias en los límites imperiales; los depositarios de mercancía a las puertas del desierto y los proveedores de numerario en moneda de concha; el regicida fugitivo en las arenas y el solicitado de extradición al que se conduce sobre los caminos de nieve; y los guardianes de esclavos en las minas, apoyados en sus dogos; y los guardadores de cabras envueltos en sus andrajos de cuero; y el boyero que transporta sal sobre sus bestias guiadas; y aquellos que se van a los sembradíos de bellotas entre las encinas proféticas; y los que viven en los bosques para trabajos de maderería; y los buscadores de madera acodillada para las construcciones de estraves; los grandes ciegos en nuestros puertos cuando llega la época de las hojas muertas; y los alfareros en los corredores que peinan las olas en bucles negros sobre la arcilla de los vasos; los ensambladores de velos para los templos y los sastres de telas marítimas bajo las murallas de las ciudades; y también vosotros, detrás de vuestras puertas de bronce, comentadores nocturnos de los más antiguos textos de este mundo; y el analista bajo su lámpara prestando oído a rumores lejanos de pueblos y de sus lenguas inmortales, como el ladrador de muertos al borde de las fosas funerarias, los viajeros en país alto afianzados en cartas oficiales; aquellos que caminan en hilera entre la multitud de los espigadores; y los que van por los bosques embaldosados de piedra por el rey demente; y los que llevan la perla roja en la noche, errantes, con octubre sobre los grandes caminos que retumban de la historia de las armas; los capitanes cautivos entre la multitud del triunfo; los magistrados electos durante las noches de motín en la frontera; y los tribunos alzados sobre las grandes plazas meridianas; la amante en el torso del amante como en el altar de los náufragos; y el héroe al que encadena desde lejos el lecho de la Maga; y el extranjero entre nuestras rosas al que adormece un ruido de mar en el jardín de abejas de la hospedera y, a mediodía, brisa liviana, cuando el filósofo dormita junto a su vasija de greda y el juez ante su cornisa de piedra con figura de proa y los pontífices sobre su asiento en forma de nave.
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