XII (8)
Y ahora nosotros hemos dicho tus actos; y ahora te espiaremos y nos prevaldremos de ti en nuestros asuntos humanos.
Escucha y nos oirás; escucha y nos asistirás.
Oh tú, que pecas infinitamente contra la muerte y la declaración de las cosas;
oh tú, que cantas infinitamente la arrogancia de las puertas, gritando tú misma a otras puertas,
y tú que merodeas entre los grandes como un fragor sin fin del alma sin guarida.
Tú, en las profundidades abismáticas de la desdicha, tan pronto a semejarte a los grandes hierros del amor;
tú, en el ensayo de tus grandes máscaras de alegría,
tan pronto a cubrirte de ulceraciones profundas.
Sé con nosotros en la debilidad y en la fuerza y en la extrañeza de vivir, más alta que el gozo.
Sé con nosotros, tú, el de la última noche. Porque nos avergonzamos de nuestras obras y tú nos dispensarás también de la vergüenza.
Vigila. ¡Y a la hora del descorazonamiento y bajo nuestros velos desfallecientes,
asístenos aún con tu gran calma y tu fuerza y tu hálito, oh mar natal del más grande orden!
¡Y la sobreabundancia viene a nosotros en sueños a tu solo nombre de mar!
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