XII (10, y fin)
Sobre la ciudad desierta, más allá de las dunas, una hoja errante en el oro de la noche, busca todavía la frente del hombre. El dios extranjero está en la ciudad, y el poeta, que regresa solo con las hijas morosas de la gloria:
¡Mar de Baal, mar de Mammom; mar de toda edad y de todo nombre!
¡Mar uterina en nuestros sueños y mar
frecuentada del sueño verdadero!
Herida abierta a nuestro flanco y coro antiguo a nuestras puertas.
¡Oh tú la ofensa y tú el resplandor! Toda la demencia y toda la facilidad.
Y tú el amor y tú el odio, la inexorable y la exorable,
oh tú, que sabes y que ignoras; oh tú, que dices y que callas;
tú, instruida en todas las cosas y guardadora del secreto en todas las cosas;
y en todas las cosas todavía levantándote contra el sabor punzante de las lágrimas;
nodriza y madre -no madrastra-, amante y madre de la segundona;
oh consanguínea y remota; oh, tú, el incesto y la hermana mayor, y tú, la inmensa compasión de todas las cosas perecederas,
mar nunca repudiable, oh mar, en fin, inseparable, astil de la
balanza del honor; ¡molusco amoroso! ¡Oh mar plenaria, conciliada!
¿Eres tú, nómada, quien ha de transportarnos esta noche hasta las riberas de la realidad?
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