Los momentos superficiales en mi vida, los momentos histéricos, fueron aquellos en que la Historia contó más que nada... fue la época de mis extravíos.
Solo hay un problema: el de la muerte. Debatir sobre otra cosa es perder el tiempo, es dar muestras de una futilidad increíble.
... Eso es lo que las religiones han comprendido perfectamente. A eso se debe su superioridad sobre la filosofía.
Lo que no funciona en la Historia es que está escrito por profesores, personas pacíficas que describen vidas tumultuosas. Por un aparte, cuando personas de mentalidad activa, militante, se transforman en historiadores, son incapaces de respetar la verdad o simplemente de encaminarse hacia ella.
La sociedad es un sistema, un cuerpo de envidias.
No es fácil saber quién nos envidia. En principio, somos envidiados siempre que hacemos algo que a otro, conocido o amigo, le habría gustado realizar. Un desconocido no nos envidia o raras veces; la condición esencial para la envidia es que conozcan nuestra cara. Por eso, el que no se muestra, el que se esconde, no es objeto de ese sentimiento eminentemente natural y bajo.
La duda es el comienzo y tal vez el fin de la filosofía. Carnéades, en su célebre embajada a Roma, habló una primera vez en pro de la idea de justicia... y el día siguiente contra ella. Aquel día hizo su aparición la filosofía, hasta entonces inexistente en aquel país de costrumbres rudas y sanas. ¿Cuál es esa filosofía? El gusano en la fruta.
La filosofía, al menos en sus intenciones, no socava las virtudes, quiere preservarlas incluso, pero, en realidad, las debilita; más aún: solo puede nacer, si empiezan a vacilar. Y la filosofía les asesta, a su pesar, un golpe fatal a la larga.
Nuestro allegados son los menos propensos a reconocer nuestros méritos. Los santos siempre han sido "puestos en entredicho" por sus amigos y sus vecinos. No olvidemos que Buda tuvo los más temibles: su primo y solo después el diablo.
Solo contamos para quienes ignoran nuestros antecedentes.
Mi destino es el de acabar como un perro, me he dicho esta mañana al despertar. Como no tenía fuerzas para levantarme, he dejado vagabundear mi memoria y me he visto de niño trepando por las montañas de Rasinari. Un día me encontré con un perro que seguramente llevaba mucho tiempo atado a un árbol y que estaba tan flaco, tan transparente, tan vaciado de toda vida, que no pudo ladrar ni alegrarse de mi presencia. Solo tuvo fuerzas para mirarme sin moverse... sin embargo, estaba de pie. ¿Desde cuándo estaría allí? ¿No habría sido más caritativo matarlo a condenarlo a morir de hambre? Lo contemplé unos instantes y después, presa del miedo, huí.
Durante los últimos años de su alienación mental, Nietzsche, mudo, postrado, se pasaba horas mirándose fijamente las manos.
Como Macbeth después del crimen.
Carlos V era un culo de mal asiento, Felipe II, su hijo, se enclaustró en El Escorial.
Se hereda una tendencia a la exageración, pero no una forma de exageración.
Ayer, elección de Eugène para la Academia. Me dijo, aterrado, "Es para siempre, para la eternidad". Lo tranquilicé: "Qué va, piensa en Pétain, en Maurras, en Abel Hermant y algunos otros. Los expulsaron. Tú tal vez tengas también la ocasión de cometer algún acto de traición". Me contestó: "Entonces hay esperanza".
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