lunes, 9 de junio de 2014

Epicteto (3)


SOBRE EL PROPIO PERFECCIONAMIENTO

1. Partes para Roma y emprendes tan largo viaje para alcanzar en tu patria un empleo más lucrativo que el que desempeñas. Pero, dime, ¿qué viaje has emprendido jamás para mejorar tus opiniones y sentimientos? ¿Se te ocurrió consultar a alguien siquiera una vez para ver de corregir tus defectos? ¿En qué tiempo ni a qué edad te has tomado el trabajo de examinar tus opiniones? Recorre los años de tu vida y verás que siempre has hecho lo mismo que haces hoy.

3. Estamos compuestos de dos naturalezas perfectamente distintas: de un cuerpo que nos es común con los animales y de un espíritu que nos es común con los dioses. Pero unos tienden hacia el primer parentesco, si así puede decirse, parentesco desdichado y muerto, y otros tienden hacia el segundo, hacia el feliz y divino; de aquí proviene que unos piensen noblemente, mientras los otros -la inmensa mayoría- no conciben más que pensamientos bajos e indignos. En lo que a mí respecta, ¿qué soy? Un pobre desdichado, y estas carnes que componen mi cuerpo, algo enfermizo y miserable. Pero algo hay en mí mucho más noble que esta carne; ¿por qué, pues, apartándome de aquel tan elevado principio, doy a lo bajo, a la carne, tanta importancia? He aquí la pendiente por donde se dejan resbalar la casi totalidad de los hombres; y he aquí por qué se encuentran entre ellos tantos monstruos, tantos lobos, tantos leones, tantos tigres y tantos cerdos. Ten cuidado, pues, y procura no aumentar el número de los brutos.

7. No olvides que eres actor en una obra, corta o larga, cuyo autor te ha confiado un papel determinado. Y bien sea este papel de mendigo, de príncipe, de cojo o de simple particular, procura realizarlo lo mejor que puedas. Porque si ciertamente no depende de ti escoger el papel que has de representar, sí el representarlo debidamente.

8. Si quieres no ser jamás vencido, no tienes sino escoger combates en los que de ti dependa exclusivamente el salir victorioso.

9. Si te propones desempeñar un papel superior a tus fuerzas, no solamente lo desempeñarás mal, sino que dejarás de representar aquel que hubieras desempeñado bien.

11. Has sufrido quebrantos de fortuna, no has podido asistir a tales juegos o tal concierto o a determinados placeres, y de tal modo te duele esta pérdida, que te muestras inconsolable. En cambio, después de haber perdido la fidelidad, el pudor, la dulzura o la modestia, diríase, de tal modo estás tranquilo que nada hubieses perdido... Y, sin embargo, los bienes exteriores, aquellos, los perdemos por una causa ajena a nosotros; es decir, de modo involuntario, y, por consiguiente, no es vergonzoso perderlos. En cambio, estos últimos -los bienes inferiores- no los perdemos sino por nuestra culpa; y si vergonzoso y reprochable es el no poseerlos, aún es más digno de reproche y de vergüenza el, teniéndolos, dejarlos perder.

13. No tienes que librar a la tierra de monstruos porque no naciste Hércules ni Teseo; pero puedes imitarlos librándote tú mismo de los monstruos formidables que llevas en ti. En tu interior hay un león, un jabalí, una hidra; pues bien, procura dominarlos. Procura dominar el dolor, el miedo, la codicia, la envidia, la malignidad, la avaricia, la pereza y la gula. Y el único medio de vencer a estos monstruos es tener siempre muy presentes a los dioses, serles afecto y fiel y obedecer ciegamente sus mandatos.

17. Un niño introduce su mano en un frasco de abertura angosta que contiene golosinas, y de tal modo y tantas coge, que luego le es imposible sacarla, viéndose precisado, entre lágrimas, a soltar la mayor parte para conseguirlo. Tú eres este niño: deseas mucho, y no puedes obtenerlo; desea menos, modera tu ambición, y verás colmados tus deseos.

18. Cuando se echa al populacho higos y avellanas, los muchachos se golpean y empujan por recogerlas; pero los hombres no hacen de ello el menor caso. Distribuyen gobiernos de provincias, reparten pretorías y consulados, y los hombres se vuelven niños por atrapar lo que, bien mirado, no vale más que aquellos higos y avellanas. En cuanto a mí, si por casualidad ha venido a caer algo entre los pliegues de mi vestido, lo cojo y me lo como. No lo desprecio; pero ni he de empujar a nadie ni tan siquiera bajarme para recogerlo.

27. Los hombres se fijan ellos mismos su precio -alto o bajo, según mejor les parece-, y nadie vale sino lo que se hace valer. Tásate, por lo tanto, como libre o como esclavo, ya que en tu mano está.

28. Tu gusto es parecerte a la mayor parte de los hombres como un hilo de tu túnica se parece a los demás hilos de que está tejida. Mi gusto es muy otro: yo prefiero parecerme a esa franja de púrpura que no tan solo resplandece por sí misma, sino que hermosea la túnica sobre que está colocada. ¿Por qué, pues, me aconsejas que sea como los demás? Si fuese como el hilo, no sería como la púrpura.

29. He aquí una hermosa frase de Agripino: "Jamás seré un obstáculo para mí mismo".

35. Si alguien entregara tu cuerpo a la merced del primero que llegase, te irritarías. Pues ¿cómo no te avergüenza entregar tu alma al primer advenedizo?

37. ¿Qué hombre hay invencible? Únicamente aquel que está firme en sus convicciones y que no vacila por ninguna de las cosas que dependen de nosotros; este y únicamente él debe ser admirado como un verdadero atleta. No basta haber sostenido un combate victorioso, es preciso sostener un segundo; no basta resistir la tentación del oro si no se resiste la de la carne; no es suficiente sostenerse a plena luz y cuando las miradas están fijas en nostros, es preciso hacerlo a solas y en las tinieblas de la noche; hay que resistir a la gloria como a la calumnia y a la miseria, a la lisonja y a la muerte. En una palabra: hay que salir siempre victorioso, hasta en sueños. Este y no otro es el atleta que yo busco.

47. Si te encontrases preso y en vísperas de ser juzgado por una acusación grave, ¿podrías soportar que un hombre viniera a decirte: "Quieres que te lea unos versos que he compuesto"? "Amigo mío, le contestarías, ¿por qué vienes a importunarme con semejante despropósito? ¿Crees que no tengo en qué pensar sino en esas futilidades? ¿Ignoras que voy a ser juzgado mañana?" Pues bien: Sócrates, preso y en vísperas de ser condenado, ¡componía himnos!

53. Conviene examinar a los hombres -sus palabras y sus acciones-, no para zaherirlos, sino para instruirse a sus expensas y tomarlos de ejemplo. Y observando sus faltas hay que decirse: ¿Cometeré  yo las mismas? Si las cometo, ¿cuándo dejaré de cometerlas? ¿Cuándo me corregiré? Y cuando, avergonzados, nos hayamos enmendado, demos gracias por ello a los dioses.

54. No te envanezcas porque hayas llegado a acostumbrarte a llevar una existencia frugal y a tratar a tu cuerpo con rigor; si no bebes más que agua, no vayas pregonándolo por todas partes. Pues si quieres para tu propia satisfacción ejercitarte en la paciencia y en la tolerancia, cuando la sed te atormente llénate de agua la boca y luego escúpela sin que nadie lo sepa.

57. No asistas a las lecturas y declamaciones a que tan aficionadas son cierta clase de gentes; mas si, a pesar tuyo, te vieras obligado a asistir, conserva la gravedad y la moderación, y aun cierta dulzura que no deje traslucir ni malestar ni fastidio.

58. Son señales inequívocas de que un hombre adelanta en el camino de la sabiduría: el no censurar ni alabar a nadie; el no quejarse ni acusar a nadie; el no hablar de los demás; el no censurar ni culpar a otro de los obstáculos que se oponen a sus deseos, el burlarse en secreto de quienes le alaban y lisonjean; el no tratar de justificarse y ensalzarse si se ve reprendido; antes por el contrario, callar cual el convaleciente que teme con una imprudencia estropear el principio de su curación; el haber extirpado toda clase de deseos y el haber renunciado enteramente a cuantas cosas no dependen de nosotros; el cuidar de que todos sus impulsos sean moderados y sumisos; en no acongojarse al verse tratado de necio o ignorante; en una palabra: el estar siempre en guardia contra sí mismo, como contra quien de continuo le tiende lazos y es su más peligroso enemigo.

59. Si ves a alguien entrar en el baño muy de mañana, no digas que hace mal en meterse en el agua antes de tiempo; di simplemente esto: que se baña a destiempo, pero sin meterte a juzgar si hace bien o mal. ¿Que uno bebe mucho? No digas que hace mal en beber, sino que bebe mucho. Porque sin conocer la causa que le impulsa a obrar, ¿cómo te atreves a decir que obra mal? No juzgues, pues, de este modo; que puede ocurrir que veas una cosa y juzgues otra.

61. [...] Alejaos del sol mientras no tengáis sino opiniones de cera.

64. No intentes pasar por sabio, y si ciertas gentes te consideran como tal, desconfía de ti mismo. Porque has de saber que no es fácil conservar la voluntad propia de acuerdo con las cosas exteriores; necesariamente, de atender a estas, descuidarás aquellas.

69. No es el trato cosa indiferente. Si frecuentas a un vicioso, a no ser que tengas absoluto dominio de ti mismo, más fácil es que te corrompa que no que tú le corrijas. Y pues hay tanto peligro en el comercio con los ignorantes, preciso es obrar en él con gran prudencia y sabiduría.

70. [...] Así es como se templan los caracteres: que la simiente permanece largo tiempo en la tierra, y hasta llegar a su madurez se desarrolla lentísimamente, pues si por casualidad da una espiga antes de que el tallo sea robusto, seguramente o aquella será imperfecta o este quebrado. Así, si el deseo de vanagloria te hace aparecer antes de tiempo, perecerás de frío o de calor. Y aunque parezcas vivo porque tu cabeza eche algunas flores, en realidad estarás muerto, pues tu raíz se habrá secado.

71. [...] Lo que verdaderamente instruye no son los libros, sino las ocasiones.

73. No te desanimes por nada ni en ocasión alguna; imita, por el contrario, a los maestros de pugilato, que cuando ven a un novato rodar por el suelo le obligan a levantarse y volver a la lucha. Pues del mismo modo debes hacer con tu espíritu, nada hay más dócil que el espíritu humano: no hay más que querer, lo demás se hace solo. Pero si te acobardas, estás perdido, pues no volverás a levantarte en tu vida. Cuidado, pues, que tu pérdida o tu salvación están en tu mano.

83. Porque has oído decir a los filósofos que hay que tener el valor de sostener las opiniones adoptadas, te empeñas en permanecer firme en tus juicios erróneos, en tus equivocaciones y en tus locuras. [...]

85. [...] Cuando un criado del vecino le rompe una copa, en seguida, al oírle lamentarse, le dices que es un accidente vulgar y sin importancia; pues bien: si el percance te ocurre a ti, acostúmbrate a mirarlo con la misma tranquilidad e indiferencia que si se tratase de tu vecino. Y no dejes de aplicar este método aun en las cosas de mayor importancia. Cuando fallece la mujer de otro, en seguida le decimos que no se desespere, ya que se trata de algo inevitable e inherente a la condición humana; en cambio, si se trata de la nuestra, sin escuchar razones ni consuelos, nos deshacemos en gemidos y en llanto. Pues bien: se trata precisamente de acordarnos en las desgracias propias del estado de conformidad con que miramos las ajenas, si queremos ser menos desgraciados.

89. Te pregunto qué progresos has hecho en el camino de la virtud y de la sabiduría, y como respuesta me muestras un libro de Crisipo que te precias de entender. Me haces el efecto de un atleta que al tratar yo de conocer su fuerza me enseñase sus guanteletes en lugar de sus brazos nervudos y su torso poderoso. Y del mismo modo que me gustaría saber qué había hecho el atleta en cuestión con sus guanteletes, quisiera saber qué has hecho tú con este libro. [...]

91. [...] ¿Quién fue más desdichado, en tu opinión: Sócrates o quienes le condenaron? El peligro no lo es, por tanto, para ti, sino para los jueces; porque tú no puedes, en modo alguno, morir culpable; en cambio ellos pueden hacer morir a un inocente.

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