lunes, 13 de agosto de 2007

Poema de 'Luna-Hiena' de Alonso Cordel

Álamos, hayas, olmos, aureolas.

El poeta recorre la ciudad,

apenas duerme,
busca infidelidades a su sombra.

Comienza a amanecer y sus fantasmas

se desvanecen como una pesadilla.

El eco de su voz es tan efímero

como las nubes de la pirotecnia.

Quiere volar —quisiera—, pero ahora

el corazón es una roca inmensa.

Quiere nadar y se hunde en un pantano

de recuerdos inútiles.

Quiere quedarse estático, inmutable,

y le desplaza el viento del instinto,

las olas del amor y las ardientes

lavas destructoras.

del volcán de la noche.

Se quisiera dormir algunos siglos

y despertar cuando lo hiciera el Verbo.

Abrir los ojos cuando las palabras

sean tan exactas que abandonen credos,

autos de fe o simplemente actas

con testigos y jueces y notarios.

Que se escriba con peces y con árboles;

dijera sol y viéramos destellos.

Telémaco tal vez no encuentre a Ulises

en este siglo XX,
ni las nuevas agencias de viaje

nos ofrezcan paisajes del futuro.

El poeta descubre que su mundo,

que su bastón de fresno
no ha existido
—ni siquiera los olmos son reales—,

que no hay garzas, ni pérgolas,

que en la ciudad no viven
las hiedras trepadoras,
ni deja el mar su espuma por las calles.

Y decide no ser; no estar.
¡Qué triste decisión en los mortales!

Y, sin embargo, inútil al poeta,
que, sin quererlo, a veces, sobrevive.


Alonso Cordel, en Luna-Hiena, Colección Juan Alcaide, Ediciones del Excelentísmo Ayuntamiento de Valdepeñas, 1988.

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