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Y ahora cogemos la camiseta y la volteamos para meterla en la lavadora. ¿Qué no lo sabías? Así se daña menos la serigrafía.
‘El cristal de las lunas/ No deja al maniquí/ Perder su compostura’, escribe Jorge. ¿Dónde está la camiseta? Ya estamos de nuevo ante el misterio del calcetín perdido en el tambor, que lleva a muchos a plantearse la existencia del Unicornio Rosa Invisible: consúltese Wikipedia.
No, lector, no.
Hasta ahora en dos ocasiones aparecía el cristal, y en ambas era un cristal de balcón, desde el que Jogre miraba afuera. ‘El balcón, los cristales,/ Unos libros, la mesa./ ¿Nada más esto? Sí,/ Maravillas concretas’, recoge en ‘Más allá (IV)’, y ‘Dependo en alegría/ De ese lustre que ofrece/ Lo ansiado a su raptor,/ De un cristal de balcón’ , ‘Más allá (VI)’. En esta nueva es un escaparate, el cristal, no un balcón, y a un escaparate se mira desde afuera hacia adentro. Antes Jorge miraba el mundo desde la protección de la casa, desde sí. Ahora desde la calle Jorge observa en los interiores un maniquí, un hombre desnaturalizado y, por tanto, deshumanizado. El hombre que fuera se busca y se llena de preguntas, el hombre que desde afuera mira a los otros como seres extrañados.
Más subordinadas, sobran.
‘Todo está concebido./ ¡Cuidado! La persona/ Se detiene en un borde,/ Con los demás a solas.// Y se desgarra el tiempo…/ Es el pitido súbito/ De un tren que allí, tan próximo/ Precipita al futuro.// Fluyan, fluyan las horas:/ Gran carretera. Van/ Manando ya las fuentes/ De la velocidad.// Los follajes divisan/ A los atareados,/ En su esfuerzo perdidos,/ Oscuros bajo el árbol.// Un rumor. Son las hojas/ Gratas, profusas, cómplices./ Los tejados contemplan/ Tiernamente su bosque’.
Lo demás queda claro, ¿cierto? Mejor no manosearlo, no vayamos a destruir la rosa.
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