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Con este poema volvemos a ‘Las soledades interrumpidas’(‘Hay robles, hay nogales,/ Olmos también, castaños./ Entre las muchas frondas/ El tiempo aísla prados.// Troncos ya no. Son tablas./ Renacen las maderas./ …Y una pared, un porche./ Ya es un pueblo: se esfuerza’), mientras continuamos ‘Con nieve o sin nieve’, por la idealización que señalábamos de la poesía, en concreto, y del pensamiento, en general, de nuestro Jorge: ‘¡Tablero de la mesa/ Que, tan exactamente/ Raso nivel, mantiene/ Resuelto en una idea// Su plano: puro, sabio,/ Mental para los ojos/ mentales!’
Mental para los ojos mentales. ¿Hay ojos que más lejos alcancen que los del cerebro?
Por otra parte estos ojos mentales mejor contemplan el ideal que la realidad, y sólo desde esta observación y obervancia del ideal cabe pensar en el tablero de la mesa como naturaleza viva de raso y exacto nivel. Únicamente desde el ideal es posible observar la completa realización del ideal, de una mano, y de la otra, sólo los mentales ojos pueden ver vida en la materia desanimada (en el sentido radical): el ser vegetal del árbol desprovisto de ánima y convertido en madera.
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