El descuento, que no sus prestaciones,
fue el golpe de amor por tu Opel Astra,
y lo querías como se quieren las cortinas
de las rebajas o los últimos pantalones,
que estaban bien de precio,
un punto menos que ese cascabel
que se derrama
desde el collar antiparasitario
de tu perro o
el último cigarro
consumiéndose en tus dedos cenizos,
artículos, los dos,
satánicos e inútiles
y por lo tanto hermosos,
fue por eso que, cuando la farola te lo explicaba
violenta y retórica
en el rincón menos afortunado
de un Parquesur cada vez más feo,
reventadas las puertas y sus cuatro esquinas,
con la tapicería también sucia de amor
después de la escapada perdularia,
tus lágrimas dudaban entre el triste recuerdo
del crédito impagado y la póliza del seguro,
que sólo era a terceros.
El rincón del perchero es pornográfico,
lo mismo acoge prendas masculinas
que prendas femeninas,
todas amontonadas
y escandalizando,
sabe muchas maneras de gritar
ese rincón promiscuo,
sus colores chillones,
sus telas indiscretas,
cortes provocativos,
el perchero es un tipo afortunado
y un poco superficial,
se parece tanto a los camioneros,
también viven en rincones concurridos
y todos los abrigos se disputan sus brazos,
en el fondo te gusta su rincón,
le tienes tanta envidia a ese perchero
y estás tan harto de ser original,
o sea, fiel,
y gilipollas.
El perro es más feo que un anticristo
y entró en su vida como un enviado del infierno,
o más exactamente, del semáforo,
lo atropelló el saab índigo del notario
y lo sacudió bien, como a una nación árabe,
pero movía el rabo
y esta fue la señal de amor que prendió en ella
y se abrazó a un perro abandonado
y cruzó sofocada por el paso de cebra
y no paró hasta la clínica veterinaria,
y ahora el perro se comporta como un tirano
que la obliga a bajar corriendo del tercero
muchas veces al día
porque, si no, se mea en la escalera
para que se rían de ella las vecinas
por ser la dueña de semejante engendro,
pero esta señora ya no puede soñar
con otra vida
ni con otra persona.
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