martes, 19 de julio de 2011

Noticia de Augusto Ferrán. Su poesía (7)

La soledad (1860)

XXI
De mirar con demasía
se me han cegado los ojos,
y ahora que ciego me encuentro
es cuando lo veo todo.

Y ahora que lo veo todo,
estoy viendo de continuo
el mundo y sus desengaños
pasar dentro de mí mismo.

XXII
Si me quieres como dices,
¿por qué te apartas de mí?
agua que va río abajo,
en la mar viene a morir.

XXIII
No os extrañe, compañeros,
que siempre cante mis penas,
porque el mundo me ha enseñado
que las mías son las vuestras.

XXIV
Hace ya muy largos años
que en todas partes te veo,
pero no tal como eres,
sino según mi deseo.

XXV
Di a tu madre que sin falta
me venga a hablar esta noche,
que la quiero, una por una,
contar tus malas acciones.

XXVI
Mirando al cielo juraste
no me engañarías nunca,
y desde entonces el cielo
sólo con verte se nubla.

XXVII
En un calabozo oscuro
sufro penas sobre penas,
y a fuerza de estar a oscuras,
se ha vuelto mi pena negra.

XXVIII
Al saber que me engañabas,
fuime a la orilla del mar;
quise llorar y no pude,
y en ti me puse a pensar.

En ti me puse a pensar,
y por fin llegué a entender
cómo una mujer que quiere
puede olvidar su querer.

Puede olvidar su querer;
y al ver que esto era verdad,
mis lágrimas se perdieron
en lo profundo del mar.

XXIX
Tu aliento es mi única vida,
y son tus ojos mi luz;
mi alma está donde tu pecho,
mi patria donde estás tú.

XXX
Del fuego que por tu gusto
encendimos hace tiempo,
las cenizas sólo quedan,
y en el corazón las llevo.

XXXI
Pobre me acosté, y en sueños
vi lleno de oro mi cuarto:
más pobre me levanté
que antes de haberme acostado.

XXXII
¿Cómo quieres que yo queme
las prendas que me has devuelto,
si el corazón me lo has dado
tú misma cenizas hecho?

XXXIII
El pájaro que me diste,
preso lo tengo en su jaula,
y el pobre de día y noche
se muere, y por eso canta.

XXXIV
Llevas escrito en tu cara
que tienes mal corazón,
y es tan poca tu vergüenza
que aún vas por donde yo voy.

XXXV
Madre mía, compañera,
madre mía ¿dónde estás?
te llamo en el cementerio
y no quieres contestar.

No me quieres contestar,
cuando te vengo a pedir
el alma que te llevaste
al separarte de mí.

Al separarte de mí
me diste un beso de adiós,
y en tus labios toda mi alma,
madre mía, se quedó.

XXXVI
Si os encontráis algún día
dentro de la soledad,
no pidáis consuelo al mundo,
porque él no os lo puede dar.

XXXVII
Sé que me voy a perder
y ya sé que estoy perdido,
y solamente me pesa
que no te pierdas conmigo.

XXXVIII
Tengo deudas en la tierra,
y deudas tengo en el cielo:
pagaré allá con mi alma;
ya pago aquí con mi cuerpo.

XXXIX
En sueños te contemplaba
dentro de la oscuridad,
y cuando abriste los ojos
todo comenzó a brillar.

Todo comenzó a brillar,
y entonces te llamé yo:
cerraste al punto los ojos,
y la oscuridad volvió.

XL
Cuando te estoy contemplando
quisiera poner en ti
en una, cuantas miradas
desde que vivo perdí.

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