La pereza (1870)
XXXI
No me beses en la frente,
porque así no podré nunca
besarte cuando me beses.
XXXII
Los cantares que yo escribo
bien sabes tú, compañera,
que antes los hago contigo.
XXXIII
Sueño que de veras
los dos nos queremos:
sueño que nunca nos hemos querido;
¡este sí que es sueño!
XXXIV
El dulce sonido
de tu voz alegre,
cuando te callas, se aleja despacio
hasta que se pierde.
Si de tu guitarra
una cuerda hieres,
como una queja resuena en el aire
que lenta se pierde.
Pues donde esa queja
y tu voz se mueren,
allí he soñado que nuestros amores
irán a perderse.
XXXV
Muerto ya, en el otro mundo
yo te seguiré queriendo,
con tal que se le parezca
un poco tu alma a tu cuerpo.
XXXVI
Yo no puedo acostumbrarme
a ver mentir unos labios
hechos para las verdades.
XXXVII
Tengo que hacer en el mundo
una cosa sin ejemplo;
te tengo que dar mi alma
para completar tu cuerpo.
XXXVIII
Eres de tierra y no más;
pero mujer de una tierra
donde es inútil sembrar.
XXXIX
Basta ya, basta de juegos;
pues si es verdad que me matas,
lo es también que no me muero.
XL
¡Qué frío va a parecerme,
acostumbrado a tus besos,
¡ay, el beso de la muerte!
XLI
Mientras anoche me hablaste
de nuestro antiguo querer,
estuve tan distraído,
que lo que hablaste no sé.
En verdad que no lo sé,
aunque me atrevo a decir
que lo que hablaste es mentira
desde el principio hasta el fin.
XLII
Por tan poco, dices,
no debo asustarme;
¡Ay! compañera, las cosas pequeñas
componen las grandes.
XLIII
Así me gusta, Mercedes;
que cuando puedes no quieras,
y quieras cuando no puedes.
XLIV
Tanto me lloraste anoche,
que no sé lo que me pasa;
creo que se me han subido
a la cabeza tus lágrimas.
XLV
Toda la noche he soñado
que volvías a quererme,
y he pasado todo el día
viendo que los sueños mienten.
Y así dormido o despierto
lo mismo he visto cien veces,
hasta que al fin he soñado
la verdad: que no me quieres.
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