La pereza (1870)
XLVI
Ojos negros, labios rojos,
dientes blancos... no me basta,
morena, con eso sólo.
XLVII
Ponte donde no te vea,
que, sin tenerlas al lado,
quiero pensar en mis penas.
XLVIII
Vas tan enferma y caída,
que todos al verte dicen
por lo bajo: ¡Pobrecilla!
XLIX
Por la calle arriba,
por la calle abajo,
¡cómo enseñabas anoche ese cuerpo
que yo guardé tanto!
L
¡Qué alegre está el campo,
el cielo qué alegre!
aunque haya penas, ¡qué alegres están
los que bien se quieren!
LI
Ya se va acercando
la muerte, la muerte...
de veras digo que sólo me pesa
dejar de quererte.
LII
Este profundo pesar,
sola tú que me lo diste
me lo podrías quitar.
Ya ves si te quiero bien:
hasta para lo imposible
te creo yo con poder.
LIII
Vengan a mí las fatigas:
más descansado en la muerte
cuanto más cansado en vida.
LIV
No te comprendo, chiquita;
sólo te acuerdas de Dios,
cuando de Dios necesitas.
LV
Las golondrinas ya vuelven,
y se irán y volverán...
¡Y tú la misma de siempre!
LVI
¡Qué quieres que yo te diga,
si al pensar en que eres de otro
recuerdo que has sido mía!
LVII
Basta de llorar, mujer;
que lo hecho, ni Dios mismo
lo puede ya deshacer.
LVIII
Es lástima grande
que seas de otro;
¡qué acompañados los dos estaríamos
ahora que estoy solo!
LIX
Tengo arrugas en la frente
de tanto pensar en ti,
porque hasta mi pensamiento
se vuelve ya contra mí.
LX
Quisiera a veces fingir,
porque se vence fingiendo;
y también quisiera a veces
no sentir como yo siento.
Y hasta quisiera tener
odio, y no amor en el pecho,
al ver que en odio egoísta
se paga el amor sincero...
Pero no temas, son humo
estos malos pensamientos;
y por más que a veces quiera
ser otro que soy, no puedo.
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