EL HOMBRE Y LA MUJER (3, y fin)
Me parece que los dos sexos están de acuerdo en una cosa: ambos desconfían de las mujeres.
El novio cree siempre que su novia gusta mucho más a los otros de lo que les gusta de verdad; el marido cree siempre que su mujer gusta mucho menos a los otros de lo que les gusta de verdad.
Los hombres, en materia de amor, difícilmente se entienden entre ellos; pero con la mujer no se entienden nunca.
Las mujeres feas son más peligrosas que las guapas; uno las teme menos, se confía más, cae en lo mismo y después se encuentra con una mujer fea dentro de su casa.
Las mujeres enamoradas descubren las cualidades de los hombres tontos; las que ya no lo están descubren los defectos de los sabios.
Encerrad a un hombre enamorado y solo lograréis exasperarlo; encerradle con la mujer que ama y, a la larga, se exasperarán los dos.
La falta de amistad entre el hombre y la mujer es condición indispensable para llegar a una separación amistosa.
Saber amar solo consiste, a la larga, en saber soportar con grandeza de ánimo las molestias que nos causa la presencia del ser amado.
El amor del hombre es un episodio más o menos pasajero en su vida; el amor de la mujer es su vida toda. Esto hace que el hombre y la mujer no estén de acuerdo en la sola cosa en la que han sido hechos el uno para el otro.
Lo primero que hace la mujer que amamos en silencio, si se entera, es romperlo.
Una mujer caída se levanta con más facilidad que un hombre caído; será porque pesa menos.
La unión de una mujer inteligente con un hombre tonto conduce al triunfo de la tontería; el hombre, para consolarse de su mujer, busca a una amiga tonta; y la mujer encuentra, para consolarse de su marido, otro hombre tan tonto como él.
En tres sitios deberían estar siempre separados los hombres y las mujeres: en el juego, en la bebida y en la ducha.
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