Los números
Me gusta la generosidad de los números.
La disponibilidad, por ejemplo,
que demuestran para contar
personas o cosas:
dos pepinillos, una puerta de habitación,
ocho bailarinas engalanadas como cisnes.
Me gusta la docilidad de la suma
-añadir dos tazas de leche y batir-,
su sentido de la abundancia: seis ciruelas
en el suelo, tres más
cayendo del árbol.
Y la tabla de multiplicar
peces por peces,
su lomos plateados reproduciéndose
bajo la sombra
de un barco.
Ni siquiera la resta representa una pérdida,
sino incorporación a alguna otra parte:
de cinco gorriones echaron a volar dos,
los dos están ahora
en otro jardín.
Hay una amplitud en la división,
cuando abres la comida china
cajita a cajita,
y dentro de cada galleta de la suerte
aguarda una nueva fortuna.
Y nunca dejaré de sorprenderme
por el regalo del resto,
liberado al final:
cuarenta y siete dividido entre once es igual a cuatro,
y quedan tres.
Tres niños a los que llaman sus madres,
dos italianos haciéndose a la mar,
un calcetín que no está dondequiera que busques.
Numbers
I like the generosity of numbers.
The way, for example,
they are willing to count
anything or anyone:
two pickles, one door to the room,
eight dancers dressed as swans.
I like the domesticity of addition—
add two cups of milk and stir—
the sense of plenty: six plums
on the ground, three more
falling from the tree.
And multiplication’s school
of fish times fish,
whose silver bodies breed
beneath the shadow
of a boat.
Even subtraction is never loss,
just addition somewhere else:
five sparrows take away two,
the two in someone else’s
garden now.
There’s an amplitude to long division,
as it opens Chinese take-out
box by paper box,
inside every folded cookie
a new fortune.
And I never fail to be surprised
by the gift of an odd remainder,
footloose at the end:
forty-seven divided by eleven equals four,
with three remaining.
Three boys beyond their mother’s call,
two Italians off to the sea,
one sock that isn't anywhere you look.
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