Todo cambia en una persona a lo largo de los años, salvo la voz. Solo ella asegura la identidad de un individuo. Habría que tomar las huellas vocales.
Para poder trabajar, hace falta un aguijón, una obligación contraída con alguien, necesito también tener un plazo, pues por mí mismo me abandono o me hundo en mi falta de curiosidad.
Una obra de algún peso no procede de investigaciones verbales, sino del sentimiento absoluto de una realidad. Ni Saint-Simon ni Tácito hicieron literatura. Un gran escritor vive en su lenguaje; no se preocupa del exterior. No medita sobre el estilo; tiene su estilo propio. Ha nacido con su estilo.
El hombre es indiscutiblemente una aparición extraordinaria, pero no es un logro.
Lo que cada vez comprendo menos son los caracteres fuertes, generosos, fecundos, en perpetua emanación, siempre satisfechos de producir, de manifestarse, de ser. Su energía me supera, pero no los envidio. No saben lo que hacen...
Heidegger habla de Hölderlin como si se tratara de un presocrático. Aplicar el mismo trato a un poeta y a un pensador me parece una herejía. Hay autores a los que los filósofos no deberían tocar. Desarticular un poema como se hace con un sistema es un crimen contra la poesía.
Cosa curiosa: a los poetas les satisface que se hagan consideraciones sobre su obra. Los halaga, se hacen la ilusión de que es un ascenso. ¡Qué lamentabe!
Solo el amante sincero de poesía sufre por esa intromisión sacrílega de los filósofos en un ámbito que debería estarles vedado, que les está vedado naturalmente. ¡No hay un solo filósofo (¿NIetzsche?) que haya hecho un solo poema aceptable! (Hay -cierto es- sistemas con tendencia poética -Platón, Schopenhauer-, pero se trata de la visión o de una obra marcada por la frecuentación de los poetas: Schopenhauer.)
Elie Wiesel, judío de Sighet, en el norte de Transilvania, me cuenta que hace dos años volvió a su ciudad natal. Nada había cambiado, salvo que ya no quedaban judíos. Antes de ser deportados por los nazis, habían ocultado joyas y todo en la tierra. Él mismo había enterrado un reloj de oro. Después de llegar a Sighet, se fue a buscarlo en plena noche. Volvió a encontrarlo, lo contempló, pero no pudo llevárselo. Tenía la sensación de cometer un robo. En la ciudad fantasma, su ciudad, no encontró a ningún conocido, él es el único superviviente de la matanza.
Desde el exterior, todo clan, toda secta, todo partido, parecen homogéneos; desde el interior, la diversidad es en ellos máxima. Los conflictos en un convento son tan reales y frecuentes como en cualquier sociedad. Incluso en la soledad, los hombres se agrupan tan solo para huir de la paz.
El "Oráculo manual" de Baltasar Gracián se parece en el tono al "Tao Te king". Pero podría ser que hubiera entre esos dos libritos analogías más profundas, correspondencias misteriosas. ¿Será una ilusión por mi parte? ¿O se tratará de una impresión legítima? Tengo que comprobar todo eso.
Mi maldición: me gusta tomar un libro en las manos y siempre siento gozo al abrir uno, sea cual fuere. Pero no tengo una biblioteca: es mi salvación.
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