Si a decirte verdad voy obligado,
don Martín, pues sé bien la de tu pecho
y estás de mi amistad tan satisfecho
cuanto yo de la tuya confiado,
te amonesto que dejes el errado
camino por do vas, que a poco trecho,
si le sigues, verás el mortal lecho
que para el sueño eterno está guardado.
No apacientes tu hato en la ribera
del pequeño Sebeto, aunque te sea
agradable su agua y campo llano;
mas huye de su ninfa Galatea,
que, aunque es hermosa, es cruda, ingrata y fiera.
No es Silvia, no, con su pastor Silvano.
Pareciéndome flores los abrojos,
teniendo por atajo un gran rodeo,
corrí tras la esperanza y el deseo,
dejada la razón por los antojos;
mas la miseria humana y sus enojos
me mostraron en fin mi devaneo
de suerte que, no viendo, ahora veo,
que, yendo a despeñarme, abrí los ojos.
Desde entonces quedé considerando
de cuán débil materia era el cimiento
donde fundé mil pensamientos vanos;
y esfuerza mi flaqueza, procurando
seguir con obras al entendimiento,
mas, señor don Martín, somos humanos.
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