10
Las distancias no miden lo mismo
de noche y de día.
A veces hay que esperar la noche
para que una distancia se acorte.
A veces hay que esperar el día.
Por otra parte
la oscuridad o la luz
teje de tal manera en ciertos casos
el espacio y sus combinaciones,
que los valores se invierten:
lo largo se vuelve corto,
lo corto se vuelve largo.
Y además, hay un hecho:
la noche y el día
no llenan igualmente el espacio,
ni siquiera totalmente.
Y no miden lo mismo
las distancias llenas
y las distancias vacías.
Como tampoco miden lo mismo
las distancias entre las cosas grandes
y las distancias entre las cosas pequeñas.
11
¿Qué le quita el árbol a la mirada?
¿Qué le quita la mirada al árbol?
¿Qué queda de uno en otro?
Ni siquiera somos capaces
de recoger un grano de polvo
de aquello que pasa a nuestro lado
Pero, por otra parte,
¿hay alguien que recoja un grano de polvo
de quienes pasamos
al lado de todo?
Nos miramos,
nosotros y las cosas,
y hasta quizá nos reconocemos
como estatuas de sal.
Ancestrales automatismos
nos ubican a unos junto a otros.
Todos pasamos.
Pero nadie es capaz de detener un color o un perfume,
de recoger el movimiento de una hoja o un párpado,
de conservar nada más que hasta mañana
el brote de una pequeña armonía.
Nadie detiene nada,
ni aun adentro de sí mismo.
Y el viejo sueño es ese: detenernos.
Que alguien o algo nos detenga.
Porque ni aun la muerte nos detiene:
tan solo nos destruye.
14
La mirada une y separa,
como un brazo que se alarga hacia algo.
Y también como la sangre,
que es además otra mirada.
Por otra parte, no sabemos dónde está lo que importa,
si en un extremo o el otro de ese hilo intangible,
ya que hasta la luz juega a dos puntas,
adelante y atrás del ojo que mira.
Pero quizá más que si une o separa algo,
es la propia mirada lo que importa,
aunque en ambos extremos no haya nada
o aunque haya algo nada más que en uno solo.
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