Mentiras
Lo
admito, me gusta mentir. Pero no engaño a nadie. Sólo a mí mismo. A veces me
digo cosas que no son del todo ciertas como «Querer es poder», «Ánimo, tú
puedes conseguirlo», me digo. «No eres ni más ni menos que los demás», «Has
estado a punto de lograrlo», «No tienes que compararte con nadie». «Todos somos
únicos», me digo.
Me
engaño sobre mi estado de ánimo: «Hoy te has levantado con el pie izquierdo,
mañana estarás más animado». O miento acerca de mis sentimientos: «Esa chica
empieza a gustarte», cuando en realidad estoy locamente enamorado. «No tenéis
una relación seria, cada uno es libre de hacer lo que quiera», me digo. «Tú no
eres celoso» o «Serías capaz de cualquier cosa por ella», «Matarías a quien
intentase interponerse entre vosotros», «Pero si apenas la conoces...».
También
me digo cosas como «Tienes clase, estilo, carisma»; «Eres especial». O algo así
como «Esa mujer te ha mirado, seguro que le interesas», «A tu vecino le gusta
tu traje», «Tus amigos te envidian».
O «Ese hombre lleva la misma
corbata que tú», aunque no lleve corbata...
También invento rumores sobre mí
mismo y me los susurro al oído: «En el trabajo creen que eres gay». Y me
contesto: «No tengo que dar explicaciones», «Que crean lo que quieran», «No me
importa lo que los demás piensen de mí», «Estoy por encima de todo eso»... pero
puede que no siempre sea cierto.
También suelo engañarme con mis
aficiones, pretendo hacerme el interesante: «Me gusta la numismática» o «En mi
tiempo libre, colecciono sellos» o «Diseco mariposas; mira, ésta es una bómbice
del alianto», cuando en realidad me paso las horas conectado a internet...
pero, ¡si soy un analfabeto digital! «No sabes ni coger un ratón», me digo, a
pesar de mi licenciatura en ingeniería informática, ¿o era aeronáutica? «Pero
si eres de letras...».
«¿Por qué no vas a un
restaurante chino?, te encanta la comida asiática», me digo. «Pero si eres
alérgico a la soja», exclamo. «Siempre has preferido la comida italiana», «Te
vuelve loco el cous-cous», me digo.
A
veces miento sobre mi edad: «Ya estás mayor», me digo. «Aún estás en edad de
hacer locuras, si apenas tienes 20 años» o «Nunca superarás la crisis de los
cuarenta», me convenzo.
Algunos días me ilusiono con
noticias como: «Antonio, tu jefe está pensando en darte un ascenso». Y planeo
un viaje con el aumento de sueldo: «Si ahorro, podré ir a La India, siempre lo
he deseado», aunque lo que en realidad quiero es tomar el sol en alguna playa
del Caribe... o tal vez preferiría hacer una excursión por los Alpes suizos.
Otros
días estoy negativo y pienso: «Se me acaba el paro, tendré que empezar a buscar
empleo» o «Este trabajo es demasiado aburrido para ti, tantas horas encerrado
en la oficina...». Pero en realidad tengo un trabajo emocionante, soy
astronauta o detective privado. Otras veces invierto en la bolsa: «Compra
acciones ahora, antes de que suba el IBEX 35», me digo apremiante.
A veces me engaño sobre mi
aspecto físico. «Los años no pasan en vano, te estás quedando calvo», me digo.
Al día siguiente, me miro en el espejo y exclamo: «¡Daniel, deberías cortarte
esas greñas, las rastas ya no se llevan!». «Es duro ser mujer, odio que se me
hagan carreras en las medias», confieso.
Empapelo el pasillo con
carteles: «He perdido a mi perro», me digo y miro a mi gato que ronronea en el
sofá.
«El vecino del tercero te ha
rallado el coche», me digo y me enfado con él. Luego saco mi scooter del
aparcamiento. «A estas alturas ya deberías tener carnet de conducir», me digo.
«Es reconfortante recibir tantas
cartas de tus fans, aunque a veces agobia un poco», pero reconozco que
es divertido. O lo sería... Saco del buzón una factura de la luz y publicidad
de Telepizza. Alguna vez me escribo un anónimo y lo paso por debajo de la
puerta. «Han secuestrado a tu hija», me digo. O a tu hermano... no sé bien si
lo tengo.
A veces me miento sobre mi
número de DNI o sobre los fondos de mi cuenta corriente. Algunos días cambio de
domicilio: «Tu casa está en 63th Ewhurst Street», me digo o en la
Quinta Avenida. A veces no recuerdo bien dónde vivo: «¿Ves, Jorge? Ya te has
perdido», me digo mientras meto la llave en la cerradura del portal.
En ocasiones, mi trabajo me
obliga a viajar. «Ya lo sabías cuando decidiste ser diplomático», me digo. A
veces soy agente de la CIA o tengo que huir de la mafia. «Te persiguen por tus
deudas de juego», me reprendo. O la policía me busca por mis crímenes de
guerra, «Serás juzgado por un tribunal internacional».
A veces hago cosas emocionantes:
he formulado la teoría de la relatividad, «Fue genial cuando te dieron el
Premio Nobel de la Paz», me recuerdo. A veces descubrí América o un satélite de
Neptuno.
También miento sobre mi nombre:
«Sabes que el nombre que aparece en el carnet no es el verdadero», me digo, «en
realidad te llamas Víctor o Guillermo». Un día soy James y otro Vincent o
Carla. También me he llamado Marie Curie, Adolf Hitler, Gustav Klimt, Johan
Sebastian Bach, Clint Eastwood... «Todos conocen tu nombre, Miguel de
Cervantes», me digo. «Eres famoso en el mundo entero, Sidharta».
Pero
cuando lo pienso detenidamente, ni siquiera sé bien cómo me llamo, ni quién
soy... Algunas veces soy yo y otras veces, tú.
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