Reflexión
Por
un momento, la había confundido conmigo. Pero no era yo. Era otra, y bien
distinta. La prueba de ello es que si yo guiñaba mi ojo derecho, ella me
guiñaba el izquierdo; si yo levantaba la mano izquierda, ella saludaba con mi
derecha. Era zurda y siniestra para todo lo que yo soy recta y diestra.
Intenté
un diálogo. En vano. No era una cuestión de primera y segunda personas, como yo
había pensado al principio. Era una tercera persona, una extraña. Y no me
entendía.
Totalmente
ajena a mi presencia, se miraba en mi reflejo y ensayaba muecas y ademanes. ¿Se
estaba burlando de mí?
Entonces,
se puso seria. ¿Me habría oído? ¿Había escuchado mis pensamientos?
Poco
a poco, las que me habían parecido diferencias evidentes se iban desdibujando,
y los rasgos comunes me resultaban cada vez más desconocidos.
Nadie
me había obligado, pero ahí estaba yo, repitiendo cada uno de sus movimientos,
como si no tuviese voluntad propia. Que ella sacaba la lengua, yo la imitaba.
Si arqueaba las cejas, yo hacía lo mismo. Si se encogía de hombros, yo repetía
su gesto con igual indiferencia.
Así
hemos estado un buen rato. Hasta que se ha cansado y se ha marchado del cuarto
de baño. Y yo he hecho lo mismo.
Abstracción
Mi
móvil es una caracola.
Hay días en que recibo
llamadas cargadas de buenas noticias. Otras veces descuelgo, y escucho el mar.
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