Pájaro muerto
Velado por la muerte,
tu pequeño ojo oscuro me mira todavía,
con algo que no sé si es pregunta o respuesta
o está ya más allá de todo eso.
Has sido entre nosotros
un fugaz visitante:
tan leve que no hacías temblar una rama ligera,
tan leve que es difícil decir, una vez muerto, si has llegado a
vivir.
Pero también tus ojos recogieron, no obstante, toda la luz del
cielo;
también tu cuerpo breve se estremeció al placer, luchó con el
dolor;
en tu pequeña mente floreció, océano de hondura ilimitada,
la gloria incomparable de estar vivo.
Y ahora ya no eres nada:
una pequeña flor de podredumbre,
una idea olvidada en la mente del mundo,
un mínimo despojo que pronto tirarán.
Dime, ¿qué puedo hacer para que no te mueras?
¿Imaginar que guardo cada pequeño rasgo de tu forma graciosa?
¿Suponerte dormido en las manos de un dios que velará tu sueño?
¿Pensar que mi emoción de ahora te rescata?
Una ligera brisa, pasando entre tus plumas, te acaricia en silencio:
no tendrás otro réquiem, pobre pájaro.
La vida ya no tiene nada más para darte: sólo sueño y olvido.
Duerme, tú que no sabes; tú, que ya no preguntas.
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