(CAMINO DEL POEMA)
III
Verbo
¿De dónde, de dónde acuden
huestes calladas,
a ofrecerme sus poderes,
santas palabras?
Verbo
¿De dónde, de dónde acuden
huestes calladas,
a ofrecerme sus poderes,
santas palabras?
Como el arco de los cielos
luces dispara
que en llegarme hasta los ojos
mil años tardan,
así bajan por los tiempos
las milenarias.
¡Cuántos millones de bocas
tienen pasadas!
En sus hermanados sones,
tenues alas,
viene el ayer hasta el hoy,
va hacia el mañana.
¡De qué lejos misteriosos
su vuelo arranca,
nortes y sures y orientes,
luces romanas,
misteriosas selvas góticas,
cálida Arabia!
Desde sus tumbas, innúmeras
sombras calladas,
luces dispara
que en llegarme hasta los ojos
mil años tardan,
así bajan por los tiempos
las milenarias.
¡Cuántos millones de bocas
tienen pasadas!
En sus hermanados sones,
tenues alas,
viene el ayer hasta el hoy,
va hacia el mañana.
¡De qué lejos misteriosos
su vuelo arranca,
nortes y sures y orientes,
luces romanas,
misteriosas selvas góticas,
cálida Arabia!
Desde sus tumbas, innúmeras
sombras calladas,
padres míos, madres mías,
a mí las mandan.
a mí las mandan.
Cada día más hermosas,
por más usadas.
por más usadas.
Se ennegrecen, se desdoran
oros y plata; «hijo», «rosa», «mar», «estrella»,
nunca se gastan.
oros y plata; «hijo», «rosa», «mar», «estrella»,
nunca se gastan.
Bocas humildes de hombres,
por su labranza,
por su labranza,
temblor de labios monjiles
en la plegaria,
en la plegaria,
voz del vigía gritando
—el de Triana—
que por fin se vuelve tierra
India soñada.
India soñada.
Hombres que siegan, mujeres
que el pan amasan,
que el pan amasan,
aquel doncel de Toledo,
«corrientes aguas»,
«corrientes aguas»,
aquel monje de la oscura
noche del alma,
noche del alma,
y el que inventó a Dulcinea,
la de la Mancha.
la de la Mancha.
Todos, un sol detrás de otro,
la vuelven clara,
la vuelven clara,
y entre todos me la hicieron,
habla que habla,
soñando, sueña que sueña,
canta que canta.
Delante la tengo ahora,
toda tan ancha,
delante de mí ofrecida,
sin guardar nada,
onda tras onda rompiendo,
en mí —su playa—,
mar que llevó a todas partes,
mar castellana.
habla que habla,
soñando, sueña que sueña,
canta que canta.
Delante la tengo ahora,
toda tan ancha,
delante de mí ofrecida,
sin guardar nada,
onda tras onda rompiendo,
en mí —su playa—,
mar que llevó a todas partes,
mar castellana.
Si yo no encuentro el camino
mía es la falla;
mía es la falla;
toda canción está en ella,
isla ignorada,
esperando a que alguien sepa
cómo cantarla.
¡Quién hubiera tal ventura,
una mañana;
isla ignorada,
esperando a que alguien sepa
cómo cantarla.
¡Quién hubiera tal ventura,
una mañana;
mi mañana de san Juan
—alta mi caza—
en la orilla de este mar,
quién la encontrara!
¿Qué hay allí en el horizonte?
¿Vela es, heráldica?
Una blancura indecisa
en la orilla de este mar,
quién la encontrara!
¿Qué hay allí en el horizonte?
¿Vela es, heráldica?
Una blancura indecisa
—puede ser ala—
hacia mi trémula espera
¿sueña o avanza?
Se acerca, y dentro se oyen
voces que llaman;
hacia mi trémula espera
¿sueña o avanza?
Se acerca, y dentro se oyen
voces que llaman;
suenan —y son las de siempre—
a no estrenadas.
a no estrenadas.
De entre tantas una sube,
una se alza,
una se alza,
y el alma la reconoce:
es la enviada.
Virgen radiante, el camino
que yo buscaba,
que yo buscaba,
con tres fulgores, trisílaba,
ya me lo aclara;
ya me lo aclara;
a la aventura me entrego
que ella me manda.
que ella me manda.
Se inicia —ser o no ser—
la gran jugada:
la gran jugada:
en el papel amanece
una palabra.
(De Todo más claro)
Pedro Salinas, Generación del 27
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