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Querida Quiela:
hoy volví a tener esa pesadilla tuya en que le tiemblan a uno los dientes hasta que se le caen y se desparraman por el suelo como estrellas ahogadas.
Dice mi amigo, el psiquiatra Pulido, que no es un sueño infrecuente, que esta fobia mía no es exclusivamente tuya.
También cuando le leí tu poema, el que he incluido antes, me dijo que no necesariamente te referías a mí con ese Adán, que él mismo pudiera serlo.
Tengo la sensación de que pretende borrarte, querida Quiela. No de ayudarme a vivir sin ti, sino a vivir como si no existieras, como si fueras el producto de una mente delirante, un compendio de mujeres y ninguna a la vez. Tal vez, quién sabe. Una sombra. Un viento que no se posa sino que rueda siempre y me atraviesa cada vez.
No sé por qué mantiene esa actitud mi amado Pulido, querida Quiela, pero se lo perdono porque me quiere.
Láora y él me parecen las únicas personas reales que me rodean, ni siquiera Noné o nuestro nieto Jacobo me parece que vivan. Como que ni recuerdo los motivos por los que llevan esos nombres.
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