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Te veo levantarte desnuda para cambiar de música, querida Quiela:
por la habitación.
Supongo que algún día habré de abandonarla, pero todavía hoy me pongo las gafas para contemplar los movimientos de tu fantasma en esos instantes. Y me río de tus gestos tan naturales y casi hombrunos, querida. Y del rostro agrio y sorprendido porque piensas que pretendo ponerme a leer.
¡Es tu cuerpo, querida! Tu cuerpo. Tu cuerpo desnudo, caminando suelta, descuidada y presurosa, con aquellos pelos que esculpían mis manos.
¿Por qué habré de abandonar esta habitación?
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