Donde te dejo
He venido hasta aquí,
he llamado a tu puerta vieja,
he abierto sin más como vine sin nada.
Nada es lo que necesito cuando estoy contigo,
todo son tus manos recias empuñando la sierra,
desmembrando el leño ahora
que estás aún más cerca de nada.
Todo, tu lloro seco por la hija muerta,
tu esfuerzo húmedo por acercarte ya,
inmediatamente, a todo,
que es sólo eso, el fin.
Tú, sentada a oscuras junto a fotos de muertos,
tú cocinando, tú paseando hasta la fuente...
Ahora es nada porque ya no quieres esto,
ni siquiera esto,
un coro de ruidos que antes te decían algo.
Treinta años esperándonos tras la puerta vieja
no es nada importante.
Restos, ruinas de un chamizo muerto
habitado tan sólo por un nombre
que se cuela en mi memoria:
¡Ni sé ya a qué saben tus ojos sobre mí
desde que huí!
Ahora, abuela, puedo nombrarte,
abrir la puerta vieja en sueños,
que es lo único que nos mantiene unidos.
Más allá
Si somos palabra, a mí que me arranquen la lengua.
No quiero ser más que esto que escucho,
tan sólo esto.
Aquella otra voz que confundo o mezclo
con la sonrisa de quien no conozco aún
pero me abraza dulcemente,
sé que algún día ocurrirá,
entonces será cierto que no hay palabra,
se hará el silencio, olvidado en horas, en días de ruido,
para al fin nombrarnos sin ellas: dentro.
Entonces, como digo,
ya no seremos nunca más los de antes,
¿quién lo querría?
Si somos palabra, a mí que me arranquen
de la boca de los necios,
¡ni siquiera mi nombre en sus bocas!
No deseo nada
del uso de poder, que pisa y
rompe el cristal de la copa,
ese instante que huye para que
lo recordemos aún más allá de lo que somos: nada.
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