Alguien puso en la palma de las manos del hombre líneas que
se entrecruzan, que corren unas debajo de otras, que vienen de
distintas partes del cuerpo, que van hacia los ojos de una
quiromántica como puentes que pasan sobre tumbas. Tengo la
impresión mirando las mías que pueden ser un mapa que ese
alguien nos hubiera dejado como parte de un enigma, para que
en él pudiéramos ir descifrando los caminos del universo, y
para que un día los recorramos. Tal vez en algún punto de
nuestro destino encontraremos a ese alguien que será un
hombre como nosotros tratando de interpretar las líneas de sus
propias manos. Por lo pronto las líneas de mis manos son más
parecidas a esos caminos que hay en la tierra, y a esas manos
que aprietan el universo hasta sofocarlo. Mis manos juntas son
el libro que escribo. Alguien lo lee por encima de mi hombro.
Memorial de las ruinas
a Marco Antonio Sánchez Daza
De tantas vida que tuve,
que tengo,
varias habría que dejar vivir,
varias que dejar morir;
no recoger ninguna cuando se mira por encima del pie,
y de todas juntas habría que hacer un atado
para mirar hacia el baño de tumba,
encontrar que la puerta aún se encuentra cerrada.
De tantos sueños que tuve,
que tengo,
hay uno que habría que repetir,
el más secreto,
del que nunca me he acordado,
del que no quedó nada,
que soñaré anteayer sin darme cuenta de que lo he repetido.
De tantas palabras que he escrito,
habría que sacudirse las manos,
soplar en todas las arrugas,
volver a escribir sobre ellas.
Con las palabras que no he escrito,
que están debajo de mis uñas,
de mis párpados,
que se agitan como un hormiguero en las yemas de mis dedos,
lo mejor sería esperar ese golpe de la frente contra la puerta.
Para estar seguros que no se abre.
Porque si se abriera se nos caerían todas las estatuas.
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