La nueva luz en el nacer del día
al mísero Vandalio, que guiaba
sus ovejuelas, por su mal mostraba
cosa que su dolor mayor hacía.
Una avecilla que caído había
en la encubierta liga, vio que estaba,
y mientras por soltarse trabajaba,
más la enredaba el visco y la prendía.
Mirando el mal ajeno estaba atento,
y pensando hallar en él consuelo,
duro ejemplo le trajo al pensamiento.
«¡Mirad -dijo el pastor- que ha hecho el cielo
por mostrar en dibujo aquel tormento
que padece el que ha dado en un recelo!»
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El dulce fruto en la cobarde mano
y casi puesto a la hambrienta boca,
de turbado lo suelta y no lo toca,
vencido de un temor bajo, villano,
Vandalio; y el Amor, fiero tirano,
que al alma asombra con sospecha loca,
mientras la vida deseando apoca,
la hambre crece y crece el temor vano.
En tanto, el caro fruto deseado
de la vista al pastor desaparece,
y ni comer se deja ni tocarse;
cuando con un suspiro apasionado
dijo: «Tal sea de aquél a quien se ofrece
un bien de que no sabe aprovecharse.»
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