Principia Augusto Ferrán su obra 'La soledad' con cantares populares. Ahí van los últimos que nos quedan por registrar.
Antes, me pregunto: ¿por qué lo popular tiene un sentido tan peyorativo hoy en día en lo referente a la cultura? Leyendo estos cantares no podemos pensar que es por su falta de valor artístico y literario, ni mucho menos. Es muy probable que cuando en España pensamos en cultura popular pensamos en aquellos años tan ignominiosos de la dictadura franquista, en sus niños prodigio y en una sociedad analfabeta, inculta y embobecida que fue la que la dictadura creó. Así es de entender que lo popular se entienda en un sentido despreciativo por ramplón y sensiblero. Pero España, afortunadamente no siempre fue así. Aunque hoy aún lo sea, una España cateta adicta al insulto, al exabrupto y a la pública exhibición, humillación e idolatría de las peores de sus gentes, España fue muy otra en en el pasado. Estas coplas, antiguas, de al menos mediados del siglo XIX, son una manifestación culta de una España ágrafa y en apariencia ignorante.
Cantares del pueblo
LXI
Me fui a misa a la Victoria,
me encomendé a la Humildad,
que estas fatigas me alivie
que no las puedo aguantar.
LXII
Flamenca, te lo he pedido
por la salud de tu madre,
que no pases por mi puerta,
que se redoblan mis males.
LXIII
Compañerito del alma
en el cementerio entré,
y levantando la losa
me encontré con tu querer.
LXIV
Al pasar por una calle
vi yo un acompañamiento:
¡pobrecillo de mi alma
cómo llevará su cuerpo!
LXV
Ya no quiero querer más
quiero seguir tu opinión;
que un querer con mucho extremo
es causa de perdición.
LXVI
No digas, donde te pongas,
que agua tienes de bautismo;
te escupirán a la cara
por lo que has hecho conmigo.
LXVII
Veinticinco calabozos
tiene la cárcel de Utrera;
veinticuatro llevo andados
y el más oscuro me queda.
LXVIII
Ábrase la sepultura,
que me quiero meter dentro;
que un hombre de mis hechuras
se compara con los muertos.
LXIX
Ven acá, mujer del mundo,
conviértete a la razón;
ningún hombre puede ser
tan cabal como el reló.
LXX
La víbora ponzoñosa
en medio de su bravío,
venga y coma de mis carnes
si yo te quiero fingido.
LXXI
Cuando dos quieren a una
y los dos están presentes,
el uno cierra los ojos
y el otro aprieta los dientes.
LXXII
A aquel que tiene la culpa
de que penas pase yo,
a pedazos se le caigan
las alas del corazón.
LXXIII
Dondequiera que te pongas
me tendrás que venerar,
porque yo he sido, queriendo,
la piedra fundamental.
LXXIV
En medio de mi fatiga
por querer, quise dormirme,
que el que vive como yo
cuando duerme es cuando vive.
LXXV
¿Qué importa que no te vea
si ya tengo un gran alivio?
Yo tengo mi corazón
todas las horas contigo.
LXXVI
Cuanto más hables más pierdes,
y a ti te obliga el callar;
que el hierro que yo te he echado
a la cara te saldrá.
LXXVII
En la raíz del querer
nació mi madre gitana,
y yo, como soy su hijo,
vengo de la misma rama.
LXXVIII
Hablas muy mal de lo bueno
y Dios te ha de castigar;
cuando de lo bueno hablas,
de lo malo ¿qué será?
LXXIX
Tus ojos son dos ladrones
que a un tiempo roban y matan,
la sepultura es tu pecho
y la salvación tu alma.
LXXX
Tengo mi cuerpo metido
en confusiones muy grandes,
que en un camino me encuentro
con dos veredas iguales.
Con dos veredas iguales,
y me paro en la mejor;
si tomo la que no quiero
ha de ser mi perdición.
Ha de ser mi perdición,
pero la cuenta me hago,
que me pierdo por mi gusto
y a nadie le causo daño.
LXXXI
No me espanta que al dormir
te hable con el deseo;
son mis fatigas tan grandes
que estoy durmiendo y te veo.
Que estoy durmiendo y te veo
que estás a la vera mía,
y me despierto llorando
que me ahogan las fatigas.
LXXXII
Anda y pregúntale a un sabio
cuál de los dos pierde más,
el que come de sus carnes
o el que publica su mal.
El que publica su mal
por el pronto siente alivio,
y el que come de sus carnes
se da tormento a sí mismo.
LXXXIII
Por si acaso yo no muero
y me quieres encontrar,
vete a la iglesia mayor
y comiénzame a llamar.
Y comiénzame a llamar
que yo te responderé,
porque pediré licencia
al poderoso Divé.
El poderoso Divé
la licencia me dará,
por lo bien que te he querido
hasta el juicio final.
Hasta el juicio final
fatigas tendré por verte,
y ahora que más te quiero
de mí se acuerda la muerte.
De mí se acuerda la muerte,
cosa que no debe ser,
que me aparten de tu vera
y me quiten tu querer.
LXXXIV
En el querer no hay saber,
lo tengo experimentado;
de lo que siempre he huido
un Divé me ha castigado.
Si un Divé me ha castigado
una fue y dos no será,
que ya me he mirado en mí
y veo lo que el querer da.
Si esto es lo que el querer da,
yo no quiero más querer;
que tú me dieras mal pago
a mí se me emplea bien.
A mí se me emplea bien,
pero un consuelo tenía,
que si dejas mi querer
sabrás lo que son fatigas.
Sabrás lo que son fatigas,
y un Divé me ha de otorgar
que con los brazos abiertos
me has de venir a buscar.
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