jueves, 12 de abril de 2012

Enrique Larreta (3), sonetos

LAS BOLITAS

Y, entre todas, aquélla, la del buque anegado.
Submarino fantasma. Yo veía un terrible
pulpo que caminaba con lentitud horrible
sobre los esqueletos y el tesoro volcado.

Visiones tan extrañas y otras que habré olvidado,
más allá de lo que es imposible o posible,
formaban ante mí, dentro de su irrisible
gota, las esferillas de vidrio iluminado.

Linterna de otro mundo que nos sigue un momento.
La infancia es todavía prevalecer divino.
¡Ah! Poder perpetuar sin fin su azoramiento,

sus alucinaciones. ¡Oh fresco torbellino
de las hadas silvestres! ¡Oh lumbre de Aladino!
¡Oh nave de Simbad! ¡Oh mi tapiz de viento!

EL GAUCHO

Es un misterio inmenso, ilimitado
que le sigue, se aleja, le precede,
como el mismo horizonte. Nada puede
refrenar su veloz, su desgarrado

correr, cuando parece que un alado
viento le lleva. Cuando él sigue y cede
a ese goce brutal, y suelta adrede
blanda la rienda al potro desbocado.

Furor que se prolonga y se resbala
sobre el otro furor. Él es la vida
toda, toda la suerte, buena o mala,

de la gran soledad. Sueño infinito
que dispara ante sí, como perdida
boleadora, su afán, su amor, su grito.

LA LAGUNA

Como temblor de sangre, cuando llega la hora
de la fiebre, ya es todo, la orilla, el junco, el viento,
la callada laguna, rojo estremecimiento,
penumbroso latir de luz que se evapora.

Ya vuelven y se apagan en fila voladora
los pájaros de fuego. Ya se acerca el momento
del confuso rumor. Hidráulico instrumento,
tañe por fin el sapo su tecla precursora.

Arrullos, parloteos. Estertores, graznidos.
Repique de las ranas en tirante salterio.
Crótalos de la muerte sobre los mismos nidos.

¡Oh música rasgada, tú me abres, tú me enseñas
el abismo de Dios y su doble misterio!
Voces negras y blancas. Alas de las cigüeñas.

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