Caja de música Alicia
El aire no me traspasa para insuflarme vida,
sino que extrae de mí canciones,
eleva mi pecho para vaciarlo a su antojo.
Con tal de hacerme sonar
golpeo mis propias cuerdas y me arranco
del interior
las notas de lo profundo y de lo hueco,
el acorde culpable.
Pura fricción cubierta de resina,
intérprete del roce de la lógica.
Examen para llegar a reina
No basta con haber alcanzado a la última casilla,
no basta con tener el cabello tan largo como está dibujado en los cánones.
Después hay que acostumbrarse a llevar el peso de la corona.
Ignoro lo alta que soy cuando la llevo,
solo conozco la altura de mis ojos,
aquello que veo.
Si desapareciera
solo podría darme cuenta por el tacto;
si todos supieran lo que estoy pensando
puede que yo fuera la última en enterarme.
Las reinas gemelas terminan las frases la una de la otra.
Lección número uno: "No serás más real porque llores".
Lección número dos: "No hay razón alguna para llorar".
Sin embargo, yo ya me he dado cuenta de aquello
en lo que se transforma una cuando no llora:
para decir "reina" y "rey" no se necesitan dos palabras.
Quieren que cargue con las multiplicaciones de la memoria.
Como la cabeza de Alicia
A veces hay cuerdas que tiran de mis manos
obligándome a hacer cosas en las que una niña nunca habría pensado,
yo no quiero darme prisa en crecer,
pero esas mismas cuerdas tiran de mi cuello hacia lo alto,
sostienen mi cabeza en direcciones absurdas.
Debería ser un sello o un billete,
cualquier cosa que no pesara tanto,
¿disminuye el universo mientras la esfera sujeta al cuello
no deja de expandirse?
En riesgo constante de rodar,
de desprenderla fácilmente de mi cuerpo,
comprendo que hay una gravedad diferente,
reglas y leyes completamente opuestas,
las rojas, para mi cabeza,
las azules, para el resto de mi cuerpo.
Nota del bloguero: el texto completo del libro está escrito a dos colores, azul y rojo.
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