Las niñas del día
«Las solteras no me prenden,
Porque se andan ya tan sueltas,
Que ellas se mueren por todos;
¿Quién se ha de morir por ellas?
Comedia de D. F. DE LEIVA, El Socorro de los mantos.
Paseábase Diógenes con una luz en medio del día por la plaza de Atenas, buscando un hombre. Si Diógenes hubiera vivido en Madrid, quizás habría buscado una mujer. ¿La hubiera encontrado, o cansado de inútiles pesquisas, tornaríase mohíno a su tinaja? ¡Atención, vosotros, celibatos de veinte a cuarenta, los que a manera de nube pobláis calles y salones de esta heroica capital, y sin ser Diógenes ni conocer el código de su filosofía, tenéis la suficiente para no hallar una mujer en el salón del Prado; con vosotros hablo, y vuestra causa es hoy la que defiendo! Daos prisa a aprovecharos de mis argumentos, pues quizás otro día, volviéndolos ingeniosamente en contra vuestra, a guisa de abogado veterano, defenderé con tesón los derechos de vuestra parte contraria, presentándoos por causadores de sus flaquezas. Entre tanto, oíd y callad.
Y vosotras, amabilísimas criaturas, perdonadme si el inevitable giro de mis discursos me conduce hoy al atrevido intento de bosquejar vuestra incomprensible imagen; perdón os demando si mi tosca y desaliñada pluma se atreve a delinear algunos de vuestros rasgos característicos. ¿Cómo remediarlo? Vuestra importancia en el orden social es tal, que un escritor célebre ha dicho con razón: -«Los hombres hacen las leyes; las mujeres forman las costumbres»; -por cuya consecuencia, mal podría yo proseguir en la pintura de estas, sino colocándoos en primer término de mis cuadros. Empero si alguna punta de amargo se deslizase hoy en mi tintero, cuyo inocente licor compongo para este caso con arabesca goma y azúcar cristalizada; si mi anteojo escrutador acertase por desgracia a encontrar en vuestro cielo alguna nubecilla, sed tolerantes y no es enojéis, sino reíd conmigo de vuestras propias debilidades.
Háganse a un lado, señoras viudas, alegres o plañidoras, en flor o en conserva, con tocas y lutos, o con paletina y schall[1]; háganse a un lado, digo, que por hoy no son el blanco de mi pensamiento; ustedes también, señoras esposas, Lucrecias o Helenas, ensanchen el pecho y sigan su camino, que tampoco a ustedes tocan hoy los puntos de mi sermón. Empero vosotras (no culpéis la llaneza del estilo), niñas en esperanza, fruta temprana de 1833, las que, salvando vuestro tercer lustro, os mecéis alegremente en los felices límites del cuarto, rodeadme aquí todas y miradme frente a frente, por ver si mi pincel, animado con vuestra presencia, consigue trasladar al papel vuestra copia original.
Más privilegiadas que vosotras, las que os precedieron en juventud y gracias en los siglos anteriores, fueron el objeto de las delicadas plumas de Lope y Calderón, las cuales supieron embellecer hasta sus mismos defectos. Si el teatro es el espejo fiel de las costumbres, y los autores cómicos los más ciertos historiadores de ellas, no puede menos de sorprendernos el espectáculo que presentan aquellas damas, heroicas hasta en sus mismos extravíos, sublimes hasta en los yerros de su amor. Aquella contradicción de orgullo y rendimiento, aquella mezcla de flaqueza y de virtud, aquel amoroso desdén, aquella generosa venganza; aquel sistema de amor, sugerido por la unidad del sentimiento y por la más natural filosofía para cultivar la admiración y el entusiasmo del afortunado galán, son cosas que infunden asombro, y ponen en fuego al alma más helada o indiferente. -Pero (me diréis) la temeridad de sus pasos, el olvido de sus más sólidos intereses, el atrevimiento de sus disfraces, la libertad de sus palabras, la... -Tenéis razón, queridas mías, tenéis razón; todo esto pudo pasar sin riesgo en aquellos tiempos, porque los galanes del siglo XVII merecían también más amor, más talento y menos egoísmo que los insignificantes y ligeros mancebos que os rodean.
Un siglo después, diversas causas, que sería prolijo relatar, obraron notable diferencia en el sistema mujeril. Consideradas como demasiado peligrosas a la luz del día, delante de padres y tutores celosos que podrían muy bien ser ofuscados por ellas, fueron encerradas tras las altas murallas de un convento, o tapiadas en la casa paterna entre rejas y celosías: el "Desiderio y Electo", y las "Soledades de la vida", eran las únicas lecturas que se les permitían; la estameña y muselina, sus galas; la costura y el bordado, su única ocupación. Mas al través de estos obstáculos, el incorregible amor hallaba medios de flechar aquellos incautos corazones, y cuando sus guardias vigilantes abrían los cerrojos para dar entrada al hombre a quien la autoridad paterna designaba para esposo, ya no era tiempo, pues el amor se había adelantado, y «amor que entra por la ventana (dice Marmontel), es más peligroso que el que entra por la puerta».
El filósofo Moratín, en sus dos mejores comedias, nos ha dejado una pintura fiel de las consecuencias de esta educación violenta y suspicaz, presentándonos en una la terrible obediencia, pronta sacrificar su vida al capricho paternal, y en otra la industriosa resistencia y el fingimiento más refinado para burlar su vigilancia. Pero ya doña Paquita y doña Clara no son personajes de esta época, y sus retratos deben ser considerados más bien como modelos del arte y como documentos históricos, que no como traslado de nuestras niñas actuales, que así se apartan de las aventureras damas de Calderón y de Tirso, como de las desventuradas y oprimidas de Moratín.
Escuchadme aquí todas, Adelaidas, Carolinas, Julias (que hasta los nombres habéis embellecido), escuchadme aquí todas, que con vosotras y de vosotras voy a tratar. Pero quisiera ante todo que me dierais qué premio me señaláis si llego a adivinar el sistema de cada una... ¿Mudarlo?... No, hijas mías, no creáis que es mi intento ser corrector vuestro... Pues ¿qué premio ha de ser?... Ea, dareme por contento con sólo que me toleréis el que os conozca.
No extrañéis que empiece la rueda por la seductora Amalia, la de los ojos dormidos y el labio desdeñoso. Miradla atentamente; su marcha desigual y fingidamente penosa, su mirar oblicuo y descendente, hacen descubrir en ella la costumbre de dejarse arrastrar en su carroza; su afectada sonrisa, su estudiado saludo, ese aire de pretensión y de superioridad que la distingue, revelan la elevada sociedad a que pertenece, y haríanla traición si pretendiese ocultarla.
Así es la verdad; Amalia es una rica heredera de la primera nobleza, y este pensamiento que en ella domina, se comunica también a los que la miran. Desde sus primeros años fue el objeto de la adulación asalariada; separada casi constantemente, por la etiqueta, de la vista de sus padres, rodeada de gentes inferiores a ella, desconoce los sentimientos tiernos y el lenguaje de la verdadera amistad; dirigida por maestros, a quienes siempre miró como criados, para ella el genio no tiene ninguna superioridad; y estos, por su parte, convencidos de la inutilidad de sus lecciones, solo la explicaron lo suficiente para alargar su enseñanza y para llenar su cabeza de palabras sin ideas, pero bastantes a deslumbrar a su papá. Primeras letras, gramática, geografía, lenguas, dibujo, música y baile, de todo recibió lecciones; y por resultado de esta enseñanza, que costó un considerable capital, sabe hoy escribir un billete sin puntos ni comas, cantar una cavatina en italiano o bailar una mazourka[2] en ruso; lo cual es suficiente saber para los tiempos que corren.
Agrádala la lisonja y la cortesía de los jóvenes que la rodean, y quisiera tal vez responder con menos altivez a sus suspiros; pero aún no es tiempo; fiel a su dorada cuna, tiene empeñada su mano desde antes de nacer a un cuarto primo, con cuyo enlace conseguirá añadir al escudo de su casa dos osos trepantes y una serpiente en campo de plata. -Con tales antecedentes, preguntaréisme, ¿le hará feliz o desgraciado? Lo ignoro, amigas; sólo sé decir que le hará marqués...
Pero saltando de flor en flor, como mariposa, ¿me negaréis que os hable de las festivas gracias y del mirar maligno de la risueña Flora? Esa marcialidad y ese despejo que formaban, mientras estuvo en el colegio, la envidia de sus compañeras y el encanto de sus parientes, me hicieron más de una vez temer por los pobres amantes que algún día habían de intentar rendir un corazón dispuesto a burlarse de todo. Mas, ya se ve, ¡es tan graciosa una niña revoltosa y pizpireta! Sienta tan bien la risa a una cara infantil, que todos nos apresurábamos a hacerla mil lisonjas. Yo la vi en los solemnes exámenes del colegio llevar siempre los premios en la música y la danza, dejando desdeñosamente a sus compañeras los menos brillantes de la aguja y el pincel. Yo la vi salir de la enseñanza y poner en movimiento a toda la sociedad elegante de Madrid; yo la vi seducir por la ostentación de sus gracias, por el primor de sus adornos, por la riqueza de sus galas, por el torrente amable de su conversación. ¿Quién es el dueño de su corazón? (pregunté). Todos creían serlo, y ella no creía que lo fuese ninguno; más de un alumno de Marte gimió arrestado una quincena por renovar il posto abbandonato; más de un expediente quedó sin despachar por visitarla un joven empleado; más de un soneto hirió sus oídos, plañido por la musa de soporífero poeta; más de una espada desnuda brilló ante sus ojos.
Gozosa desde su balcón, recibía estos tributos como otros tantos trofeos de su beldad, cual si los viera representados en el teatro desde su palco; mas ¡oh venganza! los jóvenes llegan por fin a conocerla y a entenderse; promesas falaces, prendas débitos de su cariño, sortijas y emblemas misteriosos, cartas novelescas, bucles ingeniosamente tejidos, todo depone su veleidad y mala fe; todo lo recibe de un día devuelto por sus desengañados amantes. Desde entonces su moda pasó, sus gracias quedaron eclipsadas, las mujeres sonrieron a su presencia, los hombres hablaron con ironía, y por colmo de su desgracia, el desdén ajeno vino a castigarla del suyo, viéndose hoy despreciada de un hombre a quien ama con frenesí, y el cual es también el menos meritorio de sus amantes.
¡Qué diferencia de la sensible Eloisa! Un corazón hecho para el amor; un semblante formado por las gracias; un mirar lánguido y penetrante; una cabeza dulcemente inclinada; una boca suspirante que parece decir al que la mira: «Amadme, y yo os amaré». ¡Cuántos encantos en una sola persona! Habla de amor; su pecho se inflama con la pintura del hermano de Saladino o la huérfana de Underlach. Se sienta al piano o al arpa; ¡qué precisión en los toques, qué afinación en los sonidos! Luce su hermosísima voz; ¡qué profunda sensibilidad! ¡qué expresión tan sublime y animada! Los suspiros quejosos de Bellini no tuvieron nunca intérprete mejor. Un movimiento eléctrico se comunica a toda la concurrencia, y la sala resuena con estrepitosas y unánimes aclamaciones. ¿Quién no ha de amarla? ¿quién no ha de rendirla su albedrío? Una nube de incienso la rodea; pero ¡ay! que esta misma nube que lisonjea su corazón, formada por los ecos de falsos amantes, la impide tal vez la vista del verdadero, que, adorándola en secreto, teme que tanto incienso trastorne su cabeza, y repite con Castillejo:
«La cumplida en cualquier cosa
Y acabada,
Menos que todas me agrada;
Porque, según mi pensar,
Tiene mucho que guardar
La de todos deseada».
Mas volved la vista a esotro lado, veréis venir crujiendo sedas y descubriendo su beldad por entre el celaje de finísima blonda la hermosa Serafina: ¿quién al ver su equipaje no la tendrá por alguna marquesa? Pues nada menos que eso; tal como la veis, es hija del empleado D. Homobono Quiñones, mi vecino, cuya mesada no equivale a la mitad de lo que ha costado ese velo. ¿Cómo se verifica tal milagro?, me preguntáis. Hijas mías, si no tenéis memoria, mirad el artículo de "El día 30 del mes". Serafina, seducida con la idea de un casamiento brillante, exagera el adorno de su persona, como para alejar a los que no estén en estado de sostener su esplendor; y, en efecto, consigue verse rodeada de multitud de pretendientes de su belleza, que no de su mano, pero ella escucha indiferente sus solicitudes, y para disponer de su voluntad, solo espera que la hablen de matrimonio, diciéndoles en buenas palabras, como la condesa que pinta Regnard:
«Je ne donne mon coeur que par-devant notaire»,
que viene a significar en nuestro romance español:
Yo no doy mi corazón
Sino delante del cura.
Con lo cual consigue renovar constantemente la concurrencia de acreedores, sin que ninguno se dé por notificado del contenido de aquel emblema. Seis años hace que Serafina es estrella fija en nuestro cielo, y todas las noches se la ve aparecer en bailes y tertulias, pero en vano; y ya estaba casi determinada a entregar su mano a un joven rico y amable que la pretendía, y a quien ella no podía perdonar el no tener un mal uniforme ni el menor sueldo por el Gobierno, cuando ¡oh desgracia! el joven, calculando por una proporción matemática los quilates a que subiría la ostentación de su elegante novia después del matrimonio, y temiendo ver su caudal en manos de modistas y joyeros, se retiró con tiempo. Por último, se presentó cierto meritorio de oficina, el cual ha logrado enamorarla, y con quien se espera haga un brillante casamiento.
Pero ¿qué es esto? ¿todas vais desfilando, ingratas oyentes? ¿os fastidia mi oración, o teméis que llegue vuestra vez? No, no, queridas mías, nada temáis. Mudaré de conversación por complaceros; hablaremos de revistas en el Prado; de injusticia en el reparto de galones y charreteras, os alabaré vuestras galas y tocados; os traduciré la leyenda de los figurines y del Journal des modes. No me aborrezcáis; pediré prestado el estro a un amigo mío para componer una sátira contra la aguja y el dedal; haré una disertación para probar que un moderado recogimiento y un trato reducido son antiguallas, y solamente propios de aquellas oscuras bellezas no destinadas a hacer al encanto de nuestra sociedad matritense. No me abandonéis, y os serviré para ayudaros a hacer cordoncitos y petacas; seré de vuestra opinión en cuanto a óperas y dramas; os leeré a Walter Scott y D'Arlincourt; os prestaré la Revista Española para que leáis mis artículos de costumbres, y riáis a placer cuando no os toquen a vosotras; y, en fin, os haré uno laudatorio, pintando una niña perfecta como yo la he soñado, y diré que todas sois así, aunque vosotras os esforcéis en desmentirme y dejarme mal.
[1] paletina y schall: aventuro que son peineta y chal, aunque una brave indagación sobre ambos términos no me conduce a nada.
[2] mazourka: mazurca
No hay comentarios:
Publicar un comentario