lunes, 13 de mayo de 2013

"El observatorio de la puerta del sol" de Mesonero Romanos

El observatorio de la puerta del sol
(Introducción a la segunda serie)


1836

Lo mejor del mundo es la Europa (¡cosa clara!); la mejor de las naciones de Europa es la España (¡quién lo duda!); el pueblo mejor de España es Madrid (¿de veras?); el sitio más principal de Madrid es la Puerta del Sol... ergo la Puerta del Sol es el sitio privilegiado del globo.

Este terrífico argumento, tan convincente y sin réplica, no es mío: es de un doctor de Alcalá, hombre fuerte en esto del razonar, que con las armas de su lógica y el auxilio de sus buenos pulmones, metía mucho ruido, años atrás, en las aulas celebradas de la Universidad Complutense, y a cuyas ingeniosas decisiones y engalanados absurdos inclinábanse hasta el suelo las borlas y mucetas, y se encogía de hombros la estatua de la Verdad.

Tenía, pues, mi doctor una gran secuela de apasionados admiradores, que así que él ponía en circulación una de estas sentencias garrafales, dábanse luego maña a engalanarla y pulirla, y así dispuesta, ostentábanla con énfasis a los ojos del vulgo, hasta que quedaba sancionada por el uso y por el abuso como axioma práctico y verdad especulativa.

Yo, que por entonces a los pocos años juntaba una dosis regular de presunción, no era de los más flojos en esto del sed sic est, y para mí tanto mayor era el argumentante cuanto más temerario el argumento; y el de mi dómine, que arriba queda estampado, le quedó tan hondamente por entonces en mi blando caletre, que vino a ser como la clave de mi conducta futura.

Y procediendo por el orden lógico de mi maestro, hice abstracción de los demás hombres para dedicarme a estudiar los hombres que me rodeaban; prescindí de las demás partes del mundo, y me contenté con asomarme a Europa; regresé a nuestra España, como el suelo más privilegiado de aquélla, y torné a Madrid como Corte y lugar principal de España; con lo cual, y con asentar mis reales en la famosa Puerta del Sol, y establecer mi atalaya dominando la cubierta del Buen-Suceso, hallé que lógicamente, y al decir de mi maestro, me hallaba instalado en el punto más culminante de este mundo sub-lunar.

Dispuse, pues, mi observatorio moral en la región de las nubes, aislado, independiente y libre de toda atmósfera viciada: preparé el telescopio de la experiencia; pedí una pluma a la Verdad; abrí los ojos; cerré los libros; dejé los estudios y me metí a predicador.

«¡Oh qué fortuna (decía, poco más o menos, un amable moralista contemporáneo) el ser libre, y libre de veras, y poseedor de la más noble libertad, que es la libertad del pensamiento! No arrastrar la cadena de partido alguno; vivir independiente del poder, y no haber hecho tampoco alianza con sus enemigos; no haber de defender las faltas del uno ni las demasías de los otros; no ser responsable de las acciones ajenas; obrar en nombre propio, dando sólo cuenta a Dios de nuestras operaciones; no recibir consejos sino de la conciencia, fiándonos sin temor de este noble instinto de la verdad que el cielo ha impreso en nuestras almas; admirar sin creerse adulador; ser justo sin pasar por enemigo; buscar con preferencia el aspecto bueno de todas las cosas, como la abeja, que liba la miel de todas las plantas; mirar con ojos serenos; escuchar con oído imparcial; viajar sin mandato y detenerse según place, allí donde el sitio es apacible, allí donde, el sol alumbra sereno; no haber de preguntar a qué reino pertenece un país para saber si hemos de alabarle; no querer saber el nombre de un autor antes de decidirnos a aplaudirle; repetir indistintamente todos los sonidos si en ellos hallamos armonía; aspirar todos los ambientes puros; disfrutar de todas las obras del ingenio, sea cualquiera su escuela y el país que las produjo; y aplaudir, en fin, todas las grandes, acciones, bajo cualquiera bandera, que fuesen hechas. -¡Oh qué fortuna! -no ser político, ni revolucionario ni retrógrado; no ser poeta, ni clásico ni romántico; no tener nombre entre los ambiciosos ni entre los pedantes; no contar padrinos poderosos ni haber de serlo de nadie; no reconocer deberes de convención; no hallarse obligado a ninguna defensa, a ninguna acusación: -¡ser libre, en fin! -pero no libre con esta libertad intolerante, que corre las calles desenfrenada y ebria como una bacante en las fiestas de su patrono; sino como aquella otra hija del cielo, que nos deja usar de nuestro albedrío, permitiéndonos seguir voluntariamente las inspiraciones de nuestra alma».

Vosotros, los que sabéis apreciar el valor de esta libertad, única positiva; los que buscáis la voz de la verdad desnuda de pasiones y partidos, de encarecimientos y de encono; los que no sois optimistas ni pesimistas, sino que alcanzáis a ver en el hombre y su sociedad una mezcla armoniosa de errores y de ridiculez, de grandeza y de bondad; vosotros, que gustáis de aplicarla la risa de Demócrito más bien que el genio plañidero de Heráclito o la penca de Juvenal; subid conmigo a mi Observatorio, desde donde, con el auxilio de sus lentes, podréis descubrir todo el ámbito de nuestra noble capital, y escuchar con confianza la voz de un hombre que por sistema y por carácter rinde sólo tributo a la verdad; mas cuenta, que esta confianza que os demando ha de ser voluntaria y espontánea, y no ha de ceder en mengua de la libertad de vuestro propio pensamiento. -Si éste simpatiza con el mío, si acertare yo a explicar las sensaciones de vuestras almas, entonces quiero que le sigáis, quiero que penséis como yo; si no fuera así, y para ello hubierais de sacrificar alguna parte de vuestro albedrío, entonces me quedaré yo a solas con el que Dios me dio, que para esto tenéis derecho a juzgar de su bondad.

Ahora bien; ya estamos en las nubes yo y mi auditorio; ya asestamos los catalejos a esta tierra noble, feraz y en otro tiempo afortunada del globo, que se denomina España; ya miramos agitarse a nuestros pies a ese pueblo generoso que se llama la Capital del pueblo español; las pasiones momentáneas que le agitan no llegan a la altura en que nos hemos colocado; apenas consiguen empañar uno de los infinitos lados del prisma por donde le contemplamos. -¿Qué es a la historia filosófica de un pueblo uno, dos, tres, diez años de existencia borrascosa? ¿Qué es al carácter general de sus habitantes, el de una centena, el de un millar de sus individuos ambiciosos y agitados? El cuadro que tenemos a la vista es más inmenso y magnífico que todo esto; él nos pone de manifiesto el carácter, las inclinaciones, las costumbres generales de toda una sociedad; él nos hace considerar también aisladamente las excepciones, y... ¡cielos! ¡qué pequeñas se presentan a nuestra vista estas excepciones que allá abajo meten tanto ruido y pretenden servir de pauta a la regla general! Ellas aparecen y desaparecen en un solo día, y brillan a nuestros ojos como los fuegos fatuos en un dilatado horizonte, o como una sombra vacilante en la inmensidad de los mares.

No esperen, pues, mis lectores que en la segunda serie de cuadros crítico-morales que les preparo, abandone mi primitivo propósito, ni roce con las circunstancias históricas de esta época agitada, sino aquello puramente indispensable para averiguar la influencia que puedan tener en las costumbres patrias. El bosquejo fiel, aunque incorrecto de éstas, y no su historia, es lo que me propongo delinear: los caracteres que necesariamente habré de describir no son retratos, sino tipos o figuras, así como yo no pretendo ser retratista, sino pintor.

Las pasiones, los errores y ridiculeces, así como las brillantes cualidades del hombre, desnudas de la forma material, y puestas al descubierto en una atmósfera más pura, suben a mi laboratorio ajenas de toda liga terrena, material y tangible, y aparecen tal cual son, grandes en su pequeñez, pequeñas en su afectada grandeza.

Por último, mi pluma, renunciando ya al estilo metafórico y campanudo que a su pesar ha tomado en este obligado introito, seguirá, como siempre, el impulso de mi carácter, la libertad de mi pensamiento, que consiste en escribir para todos, en estilo llano, sin afectación ni desaliño; pintar las más veces; razonar pocas; hacer llorar nunca; reír casi siempre; criticar sin encono; aplaudir sin envidia, y aspirar, en fin, no a la gloria de grande ingenio, sino a la reputación de verídico observador.

De esta manera, y hasta donde alcanzaren mis cortas fuerzas, recibirán mis benévolos lectores los sucesivos cuadros o Escenas Matritenses, trazados por mi mano y dictados por mi corazón. -Si ellos contienen la verdad, no importa que sea sencillo el traje en que salga engalanada; si, por el contrario, el dibujo fuere falso, sería mayor mal el ataviarlo con magnífico colorido.

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