Las carreras de caballos serían mucho más elegantes si los caballos pudieran correr con pantalón a rayas y botines blancos.
Sorbía con paja algo más que el helado acabado hacía mucho rato.
“¿Pero qué sorbe usted?”, le pregunté, y él me contestó: “Estoy sorbiéndome el encanto de vivir”.
El que está subido en los soportes de los hilos del telégrafo parece tocar el arpa o templar las clavijas de la lira del viento.
El trote del caballo se debe a su vanidad de publicista, por la que cree que debe ir imprimiendo su paso en el camino como los hombres sus sellos de caucho.
El sol vivo del verano viste con traje a rayas a las que pasan junto a las verjas de los jardines.
En el almanaque de las gallinas todos los días conmemoran los innumerables mártires y los pobrecitos inocentes.
Botella, féretro del vino.
Los timbres de las bicicletas son los timbres de los despertadores para despertar a los transeúntes que van dormidos.
El espejo de su rostro se empañó con el vaho de la ofuscación.
Hay clavos, fallebas, picaportes, puertas que por querernos retener como la mujer bíblica al varón casto, nos hacen los grandes sietes en los abrigos y nos desgarran los bolsillos de las americanas.
Dejó escapara de su pañuelo la mariposa de su perfume.
-¿Qué era aquel hombre?
-Dentista de las máquinas de escribir.
Los zapatos blancos siembran jugadores de tenis.
El acordeonista hace a veces el gesto súbito y arrebatado de aquel a quien se le cae una pila de libros.
Los pollos muertos, pelados y descabezados, que reposan boca arriba sobre las bandejas, hacen el gesto de rezar con sus sotamuslos la oración más contrita.
Si las locomotoras se estropean tanto es porque son fumadores empedernidos que se tragan el humo.
Las calvas iluminan el patio de butacas. Son la batería de candilejas de la sala.
Iba tan abrochado todo el mundo aquel día de frío, que los ladrones no pudieron robar nada.
Toda la arena del reloj de arena de los siglos cae en el desierto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario