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Virgen de la gruta
que con absorta calma
recoges las conchas
-peregrinos somos-
e indicas el camino del mar.
Un óvalo de luz
es la hendedura en la roca
que trasluce el verde.
En el negro cóncavo,
las manos infantiles
trazan esferas y pirámides,
suman y restan,
y el ángel
-luna en eclipse-
hace saltar el rojo
y se abre la piedra
de nuestro pecho
una vez más.
Y se abre tu manto
como un cielo estrellado,
azul como las aguas sin fin
de la oscuridad.
49
Y detrás de la niebla
canta el pinzón.
¿Será siempre
oír sin ver;
que toda la belleza llegue
del enigma?
Solo una parte,
huidiza, se descubre,
cercada por la muralla
de la mismidad,
y la emoción
nos lanza
a la plenitud de fin,
al ansia de arder
en esa llama
y no sobrevivir.
En lo alto del árbol
se adivinan los nidos
de la acogida,
pero una línea de escarcha
nos separa y delimita.
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