Carlos Lohlé, Buenos Aires, 1986
1
Las últimas estructuras se han gastado
y es preciso cambiarlas,
sobre todo las más finas.
Desmantelar el aire, por ejemplo.
Desmantelar el pensamiento.
Pero ¿reemplazarlos con qué?
Hay que poner el aire en lugar del pensamiento.
Hay que poner el pensamiento en lugar del aire.
3
En todos los mundos
hay imágenes flotantes,
íconos vagabundos
cuyo destino es ir a la deriva,
figuras que inquietan a los seres fijos
y a las cosas atadas
Pero hay además mundos
hechos solamente de imágenes,
sin anclajes ni puertos,
íntegramente nómades,
destellos sin raíz,
fulguración en fuga.
Toda imagen tiende espontáneamente
a descartar su fuente
y valerse por sí misma.
Y esos mundos de imágenes flotantes
intentan también prescindir de los otros
en busca de un espacio mas libre.
Porque mas allá de la pesadez de los cuerpos,
solo las imágenes son libres.
Por lo tanto debe el hombre
convertirse en imagen.
O dejar que su imagen se vaya libremente
y aprender a quedarse sin imagen.
5
No prestar atención a las palabras,
salvo a aquellas que transportan
su propia carga de silencio.
El discurso del hombre es extrañamente opresivo,
pero algunas palabras quedan sueltas
como pájaros que caen de sus bandadas
y que una zona especialmente susceptible del aire
retiene y congrega.
No prestar atención tampoco a la escritura,
salvo a ciertas páginas desprendidas o rotas
que conservan fragmentos
de algunas historias que no parecen historia
o de un balbuceo con una extraña ilación,
papeles que el viento arremolina en los rincones.
Y ni siquiera prestar atención a lo callado,
porque el silencio del hombre es casi siempre
nada más que un terreno baldío,
cercado por unas tapias lastimosas
que impiden que lo arrastren las hormigas.
Además de la palabra y el silencio,
el verdadero lenguaje articula otras cosas,
por ejemplo,
el filo sin sosiego que lo hiere.
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