“Oscuro dominio”, Juan
Larrea; Alcancia, México, 1934, con el auspicio de Gerardo Diego. Consulto el ejemplar número 5, de una tirada de
50. Me permito extraer algunos fragmentos a mi capricho.
Dulce vecino (fragmento)
El antes y el después son simples perspectivas parciales. En
prueba de ello me asomo a un espejo, que evidentemente existía con anterioridad
a mi impulso, y me encuentro en él y contemplo mi satisfacción al verme tenido
en cuenta y hasta comentado por la materia que hemos dado en llamar insensible.
Pero por mis personales sentidos, única verídica fuente de conocimiento, nunca
me atrevería a afirmar mi inexistencia dentro del espejo antes de entonces. La
simultaneidad que observo es meramente cerebral. A causa de la refracción aún
no bien estudiada de ciertas materias brillantes hacia la eternidad, mi cerebro
logra en aquel momento aislarse del tiempo, situándome en el preciso instante
en que el cristal piensa en mí. De otro modo me vería obligado a admitir que
siempre permanecía dentro del espejo, que ni a fumar salía jamás de él, que el
espejo era el infinito donde se encuentran las líneas paralelas de la lluvia.
Atienza (fragmentos sueltos)
Si el camino que uno sigue se bifurca y en la opción se toma
el conducente a Atienza, contraviniendo a toda norma no saldrá júbilo ni
terrenal ornato a recibiros. Ni un solo gesto que os invite a proseguir. Nada
que os compense o cuando menos cicatrice el posible futuro que quedó amputado
en la bifurcación. Más aún; seréis testigos de cómo lo mismo hacia adelante y
hacia atrás que hacia los costados, espacio y tiempo pueden huir de cada hombre
infinitamente.
Quise entonces empalmar en mis venas las azules del mundo y
vi que era posible.
Yo también, me dije, yo también, cuando me quede tiempo
hacia el ocaso he de sufrir un monte.
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