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¡Viva el kaiku! Qué duda cabe. Pero en nuestra tradición poética (la española, quiero decir, o la de lengua española) hemos cultivado formas similares, por sentenciosas y plásticas. En el haiku el objeto es la naturaleza, en esta tradición de la que hablo, el quejío y la cotidianidad. Decir quejío es decir flamenco, hoy indisolublemente ligado a la música, inseparable de la guitarra, por más que se estudien otras combinaciones (en las que Camarón fue un innovador absoluto en confabulación con Kiko Veneno. Ay 'La leyenda del tiempo'); pero en su origen, las coplas flamencas (copla, del latín copula, unión o enlace de letra y música), eran tonás que se cantaban en la intimidad, expresión cierta poetizada de las propias vivencias.
Algunas de estas cosas, y más, nos cuenta José María Rubio del flamenco y sus orígenes en un librito que registra 100 soleares. La soleá, pues, como registro más original del cante jondo.
Volviendo a marcar diferencias con el haiku, en la soleá se emplean tres versos o cuatro, todos ellos octosílabos. El romance es nuestra lengua.
Pues ahí va la muestra, en dos entradas, de esta colección de soleares anónimas (salvo una).
Los vientos llevan mentiras,
el que diga que no miente
que diga que no respira.
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Yo no quiero na de nadie
que sólo quiero lo mío,
quiero lo que me quitaron
antes de yo haber nacío.
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Fatigas pero no tantas,
que a fuerza de martillazos
hasta el hierro se quebranta,
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Tengo más poder que Dios
porque él no te perdona
lo que te perdono yo.
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Qué cuidao se me da a mí
que haya tan buenos doctores
si me tengo que morir.
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Que te quiero bien lo sabes,
pero no lo comunico
ni contigo, ni con nadie.
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Te quise sin darme cuenta
y ahora que quiero olvidarte
qué trabajito me cuesta,
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Voy como si fuera preso,
detrás camina mi sombra,
delante mi pensamiento.
Augusto Ferrán
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Me pides que te perdone
y no te miro a la cara,
si no te quisiera tanto
tal vez yo te perdonara.
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Dices que no me pues ver
y en la cara te ha salido
la raíz de mi querer.
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