martes, 14 de agosto de 2012

Dos sonetos, dos, de Quevedo

Amante desesperado del premio y obstinado en amar

¡Qué perezosos pies, que entretenidos
pasos lleva la muerte por mis daños!
el camino me alargan los engaños
y en mí se escandalizan los perdidos.

Mis ojos no se dan por entendidos,
y por descaminar mis desengaños,
me disimulan la verdad los años
y les guardan el sueño a los sentidos.

Del vientre a la prisión vine en naciendo,
de la prisión iré al sepulcro amando,
y siempre en el sepulcro estaré ardiendo.

Cuantos plazos la muerte me va dando
prolijidades son, que va creciendo,
porque no acabe de morir penando.


Exhorta a los que amaren, que no sigan los pasos por donde ha hecho su viaje

Cargado voy de mí: veo delante        
muerte que me amenaza la jornada;        
ir porfiando por la senda errada        
más de necio será que de constante.

Si por su mal me sigue ciego amante
(que nunca es sola suerte desdichada),        
¡ay!, vuelva en sí y atrás: no dé pisada        
donde la dio tan ciego caminante.        

Ved cuán errado mi camino ha sido;        
cuán solo y triste, y cuán desordenado,
que nunca ansí le anduvo pie perdido;        

pues, por no desandar lo caminado,        
viendo delante y cerca fin temido,        
con pasos que otros huyen le he buscado.

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