EL VIAJE HUMANO
Era el mancebo gentil y hermoso,
nacido sólo para gozar,
amado y joven y poderoso;
mas, triste a veces y pesaroso,
él se decía:—¡Hay algo más!
Dejó los dulces patrios lugares,
y tras la dicha corrió al azar,
cruzó animoso tierras y mares
y dijo hallando sólo pesares:
— No hay sobre el mundo felicidad!...
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Cruzando un valle triste y lejano
dio con un viejo de grave faz.
—¿Adónde corres?—dijo el anciano.
—Busco la dicha.
—Buscas en vano;
la vas dejando siempre detrás.
Yo, sin seguirla, logré encontrarla.
—¡Tú!... ¿La imposible felicidad?...
¡Oh! Dime, anciano, ¿cómo alcanzarla?
¿Qué debe hacerse para lograrla?...
—Hay que dejarla de desear.
X
¡Qué lento el día!... Sus largas horas
inalterables cruzando van...
pasos del tiempo que en lo invisible
su tarda planta temblando da.
¡Qué lento el día!... De su tristeza
flota en los aires algo espectral;
hondo suspiro que lo creado
cansado lanza por descansar.
Perdida vuelta del giro eterno
en que camina todo a compás;
sin que se alcance por qué ni cómo
surgió ni cuándo terminará.
Giro en que todo va a un fin oscuro
de que es inútil ciego auxiliar;
vuelta sin alto; círculo inmenso
sin la esperanza de la espiral.
Invariable piedra miliaria
que en el camino pasando va,
y en curso lento detrás quedando
al alejarse trae otra igual.
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¡Lento va el día!... Sus tardas horas
inalterables cruzando van...
pasos que el hombre sin saber dónde
da hacia un abismo sin saber cuál...
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