Faetón
Con tal instancia siempre demandaba
el gobierno del sol por solo un día,
que, aunque no convenirle conocía,
Febo al hijo Faetón se lo otorgaba.
Ya el carro y los caballos le entregaba
con que la luz al mundo repartía,
poniéndole delante el mal que habría
si en el camino o en el gobierno erraba.
Mas él, de la oriental casa salido,
fue el orbe y hemisferio traspasando
con furia y con desorden tan extraña,
que el carro, los caballos y él, perdido,
sobre el lombardo Po cayó, abrasando
riberas, aguas, montes y campaña.
De oliva y verde yedra coronado,
cuando el rayo de sol es más caliente,
vueltos los ojos a una clara fuente,
y al pie de un alto pino recostado,
sin acuerdo de sí ni del ganado,
que de pacer dejaba al son que siente,
así soltó la voz suavemente
de amores un pastor apasionado:
«Las ondas cesarán del mar profundo,
por latas cumbres subirán los ríos,
sin hoja verde nos vendrá el verano
y oscuro hará el sol antes el mundo
que, aunque refuerce Amor los males míos,
a Silvia deje de adorar Silvano».
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