¿Por qué grita
el vencejo
al crepúsculo
mientras traza las bisectrices
de la operación cumbre
y el uno se convierte en dos,
el dos en tres,
el tres en las diez mil cosas
pequeñas del origen
que pasarán la noche
agazapadas en la oscuridad?
La tristeza ha
enterrado
el azul
de Ispahán.
Una lava plomiza
sepulta la voz del agua clara,
pero esa perla
que, en la opaca mansedumbre,
se recoge
en cántico silente,
a mis oídos dice:
y, con todo, la noche
y el pavoroso espacio sin confín
mecen la soledad abismática
de una gota de de lluvia.
Respira la
maleza
bajo el agua
y se distiende
en ese aislamiento acristalado
que invita a multiplicación.
Brotan así en mi pecho
los espacios perdidos
que en cadenas constantes
dan aliento
al vacío espacio
del ahora:
un punto-nada
esbozándose,
deshaciéndose,
sin orillas,
sin límite de tiempo.
Mas ya se precipita
su caída
en el pensamiento.
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